Esta noche puede ser finalmente el año en que Leonardo DiCaprio, tras un cuarto de siglo en las pantallas y a la quinta nominación como intérprete, se lleve su primer Oscar. Puede también ser el año en el que Brie Larson, con permiso de Cate Blanchett, recuerde que hay apasionante savia nueva además de Jennifer Lawrence. Quizá, solo quizá, la 88ª edición de los Oscar sea la ocasión en que la Academia de Hollywood se alinee como pocas veces hace con los gustos del público masivo y, dando su premio gordo a Marte o a Mad Max: furia en la carretera, reconozca no solo un taquillazo sino un género que siempre ha tratado con desdén.

Tal vez El renacido haga buena la condición de favorita que le dan sus 12 nominaciones y vuelva a llevar a lo más alto al más hollywoodiense de los cineastas mexicanos, Alejandro González Iñárritu (que su director de fotografía, Emmanuel Lubezki, hará historia al llevarse su tercera estatuilla consecutiva es de lo poco que se da tan por seguro como permiten los Oscar). Y, puestos a hacer cábalas, y a juzgar por lo que se comenta estos días en los corrillos del cine, hay también opciones de que salga triunfador el estilo clásico contemporáneo de Spotlight o el de acertados juegos narrativos de La gran apuesta.

Pero que nadie, no obstante, se llame a engaño. Más que nunca en los últimos años, en estos Oscar cuesta acordarse de que estos son unos premios de cine y para el cine. La conversación previa a la gala de este domingo, como posiblemente sucederá con la posterior, la ha dominado un tema de calado político y social que supera el arte y el entretenimiento: los problemas de integración racial y, por extensión, de minorías.

Desde que se anunciaron las candidaturas el 14 de enero, y por segundo año consecutivo hubo pleno blanco en los 20 nominados en categorías de actuación, el asunto del racismo y la discriminación han marcado estos Oscar. La propia presidenta de la Academia, Cheryl Boone Isaacs, ha asumido que el tema, o el problema, es “el elefante en la habitación”. Y aunque confía en sacar de ese primer plano la cuestión con las recientemente anunciadas nuevas normas para intentar doblar en los cuatro próximos años la diversidad en la composición de la Academia, eso es asunto de futuro.

BRILLANTE CÓMICO NEGRO // Todos los ojos, y los oídos, están puestos en Chris Rock, un brillante cómico negro que nunca ha huido de abordar cuestiones peliagudas, raciales y de otra índole. Cuando se anunciaron las nominaciones, y en una decisión que parece sabia, Rock optó por cancelar todas las entrevistas y actos publicitarios vinculados a la presentación de la gala, en la que ya fue maestro de ceremonias en el 2005. Solo en sus cuentas en las redes sociales ha hecho un guiño a la controversia, pero cómo la abordará en su monólogo inicial y el resto del tiempo que pase en el escenario del Dolby Theater mientras se van entregando las 24 estatuillas es un misterio.

Aunque no ha habido boicot organizado a la ceremonia, habrá sonadas ausencias, como las de Spike Lee (que recibió en otoño un Oscar honorífico) y Jada Pinkett Smith, o la de Ryan Croogler, el director negro de Creed, una película que solo tiene una nominación (para Sylvester Sallone, favorito en la categoría de secundarios). La alfombra roja, donde ya en los últimos años muchas actrices habían empezado a reivindicar la igualdad de género cuestionando las preguntas machistas, puede volver a ser mucho más que una pasarela de moda. Y el anuncio de Anonhi de que no asistirá por no haber sido invitada a interpretar en directo Manta Ray, su canción para el documental Racing Extinction, dará una dimensión más al debate de la discriminación. H