La cigala es un marisco que pertenece a la familia de los crustáceos marinos. Posee una bonita forma alargada, con un caparazón liso de color anaranjado. De su cuerpo salen diez patas y dos potentes pinzas que le sirven para comer y para defenderse. Su carne, sobre todo en la cola, es muy apreciada, al igual que la que posee en las pinzas, escasa y de difícil acceso, que es todo un manjar.

La cigala es habitual en las costas de Europa Occidental y suele vivir en los fondos blandos y lodosos carentes de algas. Es muy abundante en el Atlántico y en el mar Mediterráneo, pero estas son de menor tamaño. Cabe destacar que es un animal solitario y nunca vive con otros crustáceos. Es un gran depredador y se alimenta de moluscos más pequeños. Las hembras pueden poner 4.000 huevos cada dos años.

Posee un bajo contenido en grasa, pero un alto contenido en colesterol. Su característica principal es un gran aporte de proteínas. El fósforo es importante para la utilización de la energía. Aporta también potasio, imprescindible para la actividad muscular y para la transmisión del impulso nervioso. El ácido fólico es adecuado para los glóbulos blancos y rojos, y la B12 sirve para regenerar células nerviosas y para la absorción del hierro.

Cocción corta

Al comprarla hay que fijarse que el caparazón sea duro, brillante (como los ojos, que además deben ser negro intenso) y rosáceo. Las cigalas deben estar enteras y si tienen los bigotes o patas rotas pueden ser descongeladas. Además, la cabeza debe estar bien pegada al cuerpo y el olor debe ser limpio y a mar.

Gastronómicamente, este crustáceo se puede comer frío o caliente, a la plancha, cocido o en guisos, ensaladas y también arroces. Su cocción debe ser corta para no perder su carne.