El 23 de abril irrumpía la más estrafalaria ocurrencia del presidente norteamericano, para sofoco de su equipo de asesores médicos. Sugirió ponerse «inyecciones de desinfectante en los pulmones que acabarían con el virus en un minuto». Los especialistas de todo el mundo salieron en masa pidiendo a la gente que no lo hiciera ante el riesgo de morir.

«Siempre he sabido que esto es una pandemia real. Pensaba que era una pandemia mucho antes de que le llamaran pandemia», afirmaba el presidente de Estados Unidos el 17 de marzo, cuando el covid-19 azotaba principalmente el estado de Nueva York, donde ya se contabilizaban casi 300 muertos y más de 20.000 contagios. Y lo decía pese a las palabras de unos días antes.

Cinco días más tarde, el 15 de marzo, Trump empezaba a ver la situación algo diferente, conforme el número de contagiados y muertos crecía. «Es un virus muy contagioso. Es increíble. Pero es algo sobre lo que tenemos un gran control», afirmaba. Apenas unas horas después, Trump rectificaba sin ruborizarse: «Si se refiere al virus, no, no está bajo control en ningún país del mundo».

Quince días más tarde, el 10 de marzo, Trump seguía manteniéndose en sus trece y aseguraba que la buena marcha de la economía, sobre todo de la ameriana, era el mejor retroviral. «Mantengan la calma. Desaparecerá. Van a pasar muchas cosas buenas. El consumidor es muy poderoso en este país gracias a lo que hemos hecho con los recortes fiscales», señalaba.

Un mes después de que China ordenara un férreo confinamiento, Donald Trump vaticinaba que el coronavirus no tendría apenas consecuencias en Estados Unidos. «El virus está perfectamente bajo control en nuestro país. Estamos muy cerca de conseguir una vacuna. Como un milagro va a desaparecer», decía el presidente americano el 26 de febrero.