'Pigmeo' en Congo es un insulto: un pigmeo es un salvaje, un infrahombre cercano al mono, un intocable. El nombre de esta etnia que fue nómada convertido en improperio en boca de los mayoritariospueblos bantúes describe el estatuto que padecen los pigmeos en la región; el de minoría explotada, despreciada y sometida a una discriminación que a veces cambia su nombre por el de esclavitud. En agosto del 2008, casi un centenar de esclavos pigmeos fueron liberados en la República Democrática del Congo, según la oenegé Survival. La mitad de ellos, habían sido “heredados” -ellos y su descendencia- como una mercancía de padre a hijo.

En la tierra que un día se llamó Zaire, los pigmeos trabajan en los campos de los bantúes por salarios irrisorios o en virtud de trueques desiguales a cambio de comida, un paquete de cigarrillos o alcohol. También son sometidos a trabajo forzoso en pago de deudas adquiridas con los bantúes, carecen de representantes políticos y no pueden casarse con mujeres de otras etnias, pues ese tipo de unión se considera antinatura, mientras que los bantúes se emparejan a voluntad con pigmeas.

La tierra que fue de sus ancestros- se les considera los habitantes autóctonos del Congo- les está vedada, pues el derecho consuetudinario del país les priva del derecho a su propiedad al tiempo que los sitúa bajo la autoridad de jefes locales siempre bantúes. La mayoría son analfabetos, no están inscritos en el registro civil y no tienen acceso ni a la sanidad ni a la educación. Su sedentarización, tantas veces forzosa y fruto del expolio, destrucción y expulsión de su hábitat tradicional -la selva-, los ha convertido en parias.

Un día de mediados de 2013 los pigmeos Batwa tomaron las armas. Lo hicieron en su región, Tanganika, en el norte de lo que antes era la ahora subdividida Katanga (sureste de Congo). Poco antes, la tensión entre esta población y los bantúes de la zona, los luba, había llegado a su culmen cuando los Batwa reclamaron “el respeto de sus derechos y el final del trabajo forzoso como forma de esclavitud”, explica la organización Human Rights Watch, La guerra empezó cuando los “grupos de autodefensa” de ambas comunidades se convirtieron en sendas milicias que empezaron a enfrentarse en los territorios de Kabalo, Kalemie y Nyunzu, provocando una enésima oleada de desplazados.

Desde entonces, la violencia no ha cesado, aunque con engañosos períodos de calma. La última masacre transcurrió entre el 17 y el 19 de octubre de este mes, cuando de nuevo un hecho banal -una discusión debida a que los pigmeos se negaron a pagar un impuesto tradicional por la venta de un tipo de oruga que constituye un manjar para los congoleños- terminó con 16 pigmeos y 4 bantúes muertos, según France Presse.

MODOS DE VIDA DIFERENTES

Karl Kashali es coordinador adjunto de un programa de asistencia de urgencia a los desplazados de la ONG italiana AVSI. Este cooperante en la exKatanga considera que la violencia en la región se debe más al choque entre dos “modos de vida muy diferentes” que a un conflicto étnico. “Los pigmeos carecen de representantes políticos y de poder. Además, los bantúes son agricultores sedentarios que desaprueban el modo de vida seminómada de los pigmeos, que tradicionalmente vivían de la caza y recolección en el bosque; por eso los tildan de ‘salvajes’. Lo que es sorprendente en esta crisis es que los pigmeos han desarrollado una estructura paramilitar muy eficaz en poco tiempo, con mecanismos de guerra psicológica, como por ejemplo el de envenenar las flechas y así aterrorizar a la población”, explica el cooperante de AVSI.

Los pigmeos también han matado y saqueado, pero siguen llevándose la peor parte. Un informe de HRW documentaba cómo, el 30 de abril de 2015, las milicias luba atacaron un campo de desplazados en las afueras de Nyunzu. En la tierra quemada que dejaron tras de sí, yacían al menos 30 pigmeos muertos.