Diego golpea con rabia un hierro en medio de la carrera séptima, una de las principales vías de Bogotá. Lo empezó a hacer el 21 de noviembre, cuando ese metal todavía era una cazuela. Como miles de jóvenes en Colombia, desde ese día, en palabras del periodista local David González, está haciendo «soñar su cazuela». Una protesta antigubernamental que se alarga desde hace más de una semana, generando un movimiento de reivindicación pacífico entre la juventud del país. De hecho, para Diego, este «cacerolazo» es la única violencia que se va a permitir ejercer en su protesta. Bogotá es la ciudad de América Latina más congestionada por el tráfico, según la consultora Inrix. Sin embargo, los coches y la contaminación han cesado en algunas de las partes más transitadas de la ciudad, donde los jóvenes están organizando protestas a las que llevan cazuelas y pancartas y en las que ingenian lemas, conciertos y baile, mucho baile. «Es nuestra herencia africana», asegura John, un joven que toca la flauta entre una multitud que no puede evitar acercarse para mover el esqueleto.

Violencia estructural

Entre la multitud está Catalina, una diseñadora gráfica que porta una pancarta en la que se lee: «Por los 18 niños del Caquetá y los indígenas del Cauca». La primera referencia tiene que ver con la acusación que realizó el 5 de noviembre el senador Roy Barrera. Según Barrera, el Ejecutivo ocultó la muerte de menores de edad en un operativo del Ejército contra un grupo disidente de las FARC. Según las cifras oficiales, serían ocho niños, aunque algunas fuentes elevan el número a 18. La reacción de la opinión pública forzó la dimisión del ministro de Defensa Guillermo Botero y abrió una grave crisis en el Gobierno de Iván Duque.

La segunda parte de la pancarta habla de los asesinatos a indígenas, unos crímenes que forman parte de una problemática común en Colombia, donde más de 800 líderes sociales han sido asesinados desde el 2016. Bandas de narcotraficantes y paramilitares atacan a aquellos que defienden los derechos humanos y los recursos naturales del país. A pesar de que en la protesta convergen todo tipo de reclamos, para Catalina estas muertes son su principal motivo: «Si no hay vida y hay muerte, la reforma tributaria pasa a un segundo plano».

Pero en las marchas de la última semana, la violencia más traumática vino de la Policía. Dilan Cruz, un joven de 18 años, murió tras ser disparado en la cabeza por una arma ilegal, formada por una bolsa de perdigones, a manos de un antidisturbios.

Dilan formaba parte de los muchos estudiantes que están marchando para protestar contra la violencia estructural, pero también contra un futuro desolador. Según datos del Banco Mundial, Colombia es el segundo país más desigual de América Latina. Pero no solo eso, el Gobierno de Duque planeaba un paquetazo que contemplaba todo tipo de recortes, como el pago del 75% del salario mínimo a menores de 25 años. Este tipo de medidas fomentan unas condiciones de precariedad que se suman a la falta de servicios, con una juventud ahogada en créditos para poder estudiar en la universidad y con la impotencia de no poder pagarse una sanidad de calidad. Ante este contexto, Adriana, profesora de teatro para adolescentes en situación de exclusión social, explica por qué el núcleo principal de manifestantes están siendo los jóvenes: «Gracias a las redes sociales y medios de comunicación alternativos, hemos encontrado una fortaleza de unión, desde la que buscamos ser escuchados».

Otra generación

Colombia no está acostumbrada a la protesta, pues tradicionalmente todo lo que tenía que ver con la izquierda era considerado guerrilla. Pero las cosas están cambiando, y para el periodista local David González, por primera vez, gracias al tono festivo de las marchas, ni la derecha ni los medios de comunicación están comparando esta protesta pacífica con la guerrilla. Un logro de una generación que ha perdido el miedo a buscar un futuro mejor aunque eso signifique, como en el caso de Diego, el sacrificio de sus cazuelas.