Llegaron las figuras y bajó el trapío de los toros. Puro vicio. La corrida de ayer de Cuvillo era una “monada”. Por bonita, digo. Y por tamaño, que una cosa no quita la otra. Muy parejos los seis en hechuras, pero demasiado cómodos por delante. Una corrida a modo.

Quien se llevó el gato al agua fue Enrique Ponce. No pasan los años por él. Hace casi tres décadas que debutó en esta misma plaza y sigue con la misma ilusión o más que entonces. El valenciano es incombustible. Ayer salió a la plaza como si de un chaval que quisiera ganarse los contratos se tratara, dando una lección de cuál debe ser la actitud con la que tiene que salir un torero. No dio nada por perdido y puso todas su cartas sobre la mesa para acabar metiéndose al público de Castellón en el bolsillo con dos faenas de distinto corte. Incluso se enfadó cuando el palco le negó la segunda oreja en la faena al cuarto, y eso que tenía amarrada la puerta grande. Hasta ese punto llega su afición y su pundonor. Un caso único.

Abrió plaza un toro bien hecho, demasiado agradable por delante, punto abrochado, que tuvo calidad y dulzura pero muy poca fuerza, incluso perdió las manos en el comienzo de faena. Pero comenzó a cuidarlo Enrique, que en esas lides es buen maestro, y le duró el toro. Templada la labor del valenciano, con mimo y suavidad. Y mucha estética. Fue faena de calidad y detalles, a la altura de un animal con mucha docilidad que le permitió deletrear el toreo bueno. Bien sobre ambos pitones. Mató de una muy buena estocada arriba y cortó una oreja. Ovación para el toro en el momento del arrastre.

Lo verdaderamente importante llegó con el cuarto de la tarde. Enrique sacó todos sus recursos para meter en el canasto a un toro que fue protestado tras unos primeros tercios en los que salía suelto y desentendido, manseando en una fría salida que molestó al público. Sacó movilidad en la muleta, aunque embistió a media altura y sin mucha clase, muy rebrincado. Hasta que logró bajarle los humos y templar aquella fiereza, para comenzar una segunda parte de la faena en la que, con el toro más atemperado, hubo mayor reposo. Con una muleta poderosa supo sacarle partido al ‘cuvillo’, en una faena en la que puso hasta la nota bullidora con varios afarolados y hasta un molinete de rodillas, en ese afán por asegurarse la puerta grande. Como si de un joven que necesita abrirse paso se tratase. La faena fue larga porque requirió de una estructura y su tiempo, y le sonó un aviso. Mató de una estocada algo delantera y pelín caída. Le dieron la oreja con petición de la segunda, pero el palco, viendo que tenía asegurada la salida a hombros, no quiso pecar de generosidad y aguantó con firmeza. No le sentó muy bien al valenciano esta decisión del presidente.