El optimismo debería ser una militancia. Enrolarse, un deber. Cruzar los años sabiéndonos en una suerte de carrera de relevos que nos lleve a una anhelada meta de progreso. Lograrlo por méritos propios y colectivos. Ese ha sido el viejo sueño ilustrado que ha moldeado nuestras expectativas como civilización en los últimos siglos. Pero hemos aprendido que la regresión existe y el tiempo puede medirse de otras maneras. También puede detenerse. También se puede contar hacia atrás. De súbito, el 2020 se convirtió en una auténtica emboscada. Un troyano viajaba en sus entrañas para arrebatarnos todo cuanto ha podido.

Pero no hay tragedia que no venga acompañada de un don. El don de aprender. Aprender requiere cura de humildad. La primera gran lección ha sido la fragilidad de la condición humana y de todo cuanto somos capaces de construir, desde las estructuras económicas hasta intangibles cuyo valor de cohesión resulta fundamental. Es el caso de la seguridad, la confianza o la estabilidad social. El miedo -el peor disolvente conocido- ha tomado, desafiándonos, la delantera.

La segunda gran lección ha sido la necesidad de la interdependencia. No era un virus chino. Tampoco fue la gripe española cuando una similar guadaña pasó hace cien años. No vayamos a pensar ni un instante más que el ébola es algo africano. Solo existe una sola humanidad. Lo demás es circunstancial. Todos estamos interconectados y todos nos necesitamos. Caemos y nos levantamos juntos. Quizá algún día rompamos esta cadena si se confirman los pronósticos tecnocientíficos de nuevas brechas biológicas entre seres humanos pero esa batalla por la igualdad -la última que libraremos- ya llegará. Mientras tanto, solo saldremos de esta encrucijada juntos. Sumando talentos, neuronas y convicciones.

La tercera gran lección -no menos importante- es el valor casi supremo de la ciencia. Sabemos que, más allá de las respetables creencias, solo el conocimiento más avanzado nos aportará luz. No existe un plan b en esta batalla. Nuestro ejército -o nuestros ángeles- portan batas blancas, intercambian algoritmos y usan microscopio.

La comunidad internacional (creo que todavía existe como propósito) debe acelerar la llegada de las vacunas y de la esperanza hasta el último confín habitado.

Durante este finiquitado 2020 todos hemos tenido que renegociar una y otra vez con nuestra propia conciencia varias cosas. Capacidad de sacrificio, paciencia, límites, resistencia, etc.

En el recién llegado 2021 seguiremos en la carrera de relevos, pendientes de la entrega del testigo. Debemos extremar el cálculo para que no descarrile la esperanza. Dependerá de todos. Nos aguarda una meta incierta pero, al igual que sucedió en aquel terrible y heroico siglo 20, tras la guerra y la pandemia llegaron años felices (locos) y la humanidad exaltó la vida. Regresó una ola de felicidad. Esperanza. H

*Doctor en Filosofía