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Las enfermedades mentales, y en especial el Alzhéimer, se viven y se padecen a menudo de manera sorda y anónima. Es un sufrimiento continuo y latente, que existe sin manifestarse, como la propia evolución del deterioro cognitivo, que en muchos casos evoluciona años antes de que lleguen los primeros síntomas. Las cifras hablan por sí solas: el aumento de los diferentes tipos de demencia son un problema no solo de orden médico o clínico sino que afectan al entorno más inmediato del enfermo y, en consecuencia, a la estructura social.

Por eso es tan importante la responsabilidad asumida por personas con carisma mediático, como Pasqual Maragall, para hacer frente a la enfermedad y a sus consecuencias. El impacto que produjo su confesión pública ha ido mucho más allá de la visualización del drama y ha evolucionado, a través de la labor que lleva a cabo la fundación que lleva su nombre, en tres aspectos: el combate de la investigación científica para hallar respuestas y soluciones, curativas o paliativas; la voluntad de prevenir y de apuntar las posibles causas de la enfermedad y la posibilidad de padecerla en un futuro; y la solidaridad compartida con los familiares. A través de estudios de proyección internacional, la entidad pone los fundamentos en la lucha contra el olvido.