Radiotelevisión Española (RTVE) merece respirar los nuevos aires de la mayoría que desalojó a Mariano Rajoy y al PP de la Moncloa. La protesta semanal de sus trabajadores, los viernes negros, son un claro indicador del tipo de manipulación y del ambiente que se respiró en el mandato expirado de José Antonio Sánchez. Hizo bien el Gobierno de Pedro Sánchez de acabar con la situación de bloqueo propiciada por el Partido Popular y Ciudadanos a través de un decreto ley que facilitaba buscar un presidente y unos consejeros de transición hasta que sean elegidos con los criterios de la nueva ley aprobada por la oposición al inicio de la legislatura a través de un concurso público. Ese era el fin, el destino final de la operación que pretendía volver a las mayorías cualificadas en el gobierno de los medios públicos.

Pero el camino para llegar a ese final no podía haber empezado peor. De nuevo cambios de cromos y vetos cruzados en una negociación en la que han participado el propio líder de Podemos y el jefe de gabinete, y principal asesor de imagen, del presidente del Gobierno. Los nombres que han salido, como el del candidato a presidir RTVE, Andrés Gil, son de profesionales reconocidos. Nada que objetar. Pero la forma y el descarte de profesionales de igual prestigio dentro de la propia corporación pública dejan en el aire una opción que no cuenta, de momento, con la mayoría parlamentaria necesaria, que no es en ningún caso la necesaria y deseable. Mal principio para un buen fin.