Leí completos los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós en tiempos de mi estudiantada universitaria. Lo hice en una publicación que compró mi padre de la editorial Aguilar, encuadernada en escarlata piel de oveja, con estampados en oro y papel biblia. Dejando aparte lo primoroso de la edición, he de reconocer que los textos me fascinaron por el intenso impacto novelesco. A esa fascinación ayudó el estilo literario preciso en el afán de historiar y la descripción de ambientes, situaciones y personajes. Es más, me dejó impronta.

La otra tarde volví con uno de ellos, concretamente el dedicado al general Prim. El militar y político reusense es un personaje que siempre ha llamado mi atención por su valor temerario y por su talante político vehemente y empecinado, capaz, por ejemplo, de vomitar discursos de tres días en el parlamento. Vamos, que también los aguantarían hoy los diputados que se pasan las sesiones con el móvil.

Pues bien, en el texto de Galdós hay un fragmento en el que Don José Chaves arroja a Doña Manuela de su casa «a cajas destempladas». Es una de esas frases de expresión castiza, tan utilizadas por el autor, que significan de mala manera o de forma trágica. La razón de su origen, habría que buscarla en una costumbre del ejército español. En efecto, cuando se expulsaba, con deshonor, a un soldado, los tamborileros destensaban los parches de sus cajas y los hacían sonar con un sonido agrio, grotesco y desafinado. Así nos lo significa el Diccionario de Autoridades de 1739. El procedimiento también era habitual en los redobles que acompañaban a las ejecuciones de los reos en las plazas públicas, o en las procesiones de Semana Santa, en las que participaba el ejército, que aún ha conocido este cronista. Hoy la expresión, está en desuso. Vieja la frase y viejo yo. En fin.

*Cronista oficial de Castelló