En la jornada diocesana de apertura del curso pastoral tuvimos la ocasión de reflexionar sobre los problemas de fondo de la iniciación cristiana hoy. La cuestión que latía en el corazón de los numerosos participantes en el encuentro era cómo hacer hoy un cristiano para ser fieles al mandato de Jesús: «Id y haced discípulos míos... bautizándolos». Pues constatamos con dolor que nuestros esfuerzos no consiguen su objetivo: hacer discípulos misioneros del Señor de los bautizados.

Una de conclusiones de la jornada es la necesidad de un cambio de mentalidad, que nos lleve a un cambio en la pastoral. Para ello es preciso, antes de nada, no olvidar que la iniciación cristiana es la inserción progresiva de una persona en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los sacramentos. A todo este proceso o camino en el que la Iglesia hace nuevos cristianos lo llamamos iniciación cristiana. El proceso de la iniciación cristiana se realiza principalmente mediante la catequesis y la liturgia, dos dimensiones de una misma realidad: introducir a los hombres en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Es importante destacar algunos elementos importantes que hay que recuperar en nuestra pastoral. Primero, el anuncio de la palabra, que suscita la fe y la conversión. Segundo, la conversión inicial de los adultos equivale, en el caso de la iniciación cristiana de los niños bautizados en la infancia, al despertar religioso; es responsabilidad de los padres acompañar a sus hijos en este despertar de la fe. Tercero, en el proceso de iniciación es necesario el discernimiento. Y, cuarto, en la catequesis de iniciación es básica la persona del catequista; esto requiere una profunda experiencia de fe y una sólida formación para poder ser guía espiritual de los catequizandos, acompañándoles en el aprendizaje y maduración de la fe.

*Obispo de Segorbe-Castellón