Las explicaciones de Edward O. Wilson en su Conquista social de la tierra nos han servido para afianzar nuestro conocimiento y dar, prácticamente, por hecho probado que la civilización que hemos alcanzado se debe a que las sociedades humanas se han ido haciendo más y más complejas. Se inició con cuadrillas de cazadores-recolectores y/o aldeas agrícolas, en las que se actúa de una manera generalmente igualitaria, en las que el liderazgo se concede a los individuos sobre la base de la inteligencia y el valor; y cuando envejecen y mueren se transmite a otros, pero en las cuales las decisiones importantes se toman durante fiestas comunales. Al menos eso es lo que ocurre con la práctica social de las pocas cuadrillas de cazadores-recolectores que sobreviven dispersas por regiones remotas, y que son, probablemente, las más próximas en organización a las que existieron a lo largo de miles de años antes de la era Neolítica.

El siguiente grado de complejidad se da en los cacicazgos o sociedades jerárquicas, en las que un estrato élite, ante la debilidad o muerte, es sustituido por miembros de la familia o por los de rango hereditario equivalente. Esta era la forma dominante de las sociedades en todo el mundo al principio de la historia registrada: jefes, grandes hombres, que gobiernan por el prestigio, la generosidad, el respaldo de miembros de la élite situada debajo de ellos y también por el justo castigo de los que se oponen a ellos. Viven a expensas del excedente acumulado por la tribu, que usan para estrechar el control de la tribu, para regular el comercio y para emprender la guerra con los vecinos. La fase final en la evolución cultural de las sociedades es la de los estados que poseen una autoridad centralizada, en los que los gobernantes ejercen su autoridad en la capital y en su entorno pero también sobre aldeas, provincias y otros territorios subordinados lejanos para los que, por la amplitud del campo de acción, el orden social y el sistema de comunicaciones que se posee, es necesario nombrar y delegar el poder local en virreyes, príncipes, gobernadores, delegados y otros jefes que lo son, pero de segunda categoría. Entramos en la jerarquía, en el control jerárquico. Y ello nos lleva a su descomponibilidad, porque un sistema verdadero es descomponible en subsistemas. El principio de Herbert A. Simon (brillante matemático teórico) por el que se afirma que las jerarquías tienen la propiedad de la cuasi descomponibilidad, lo que simplifica mucho su comportamiento, así como la descripción del sistema de modo que permite comprender con más facilidad cómo la información necesaria para el desarrollo o la reproducción del sistema alcanza a los que la precisan. Traducido a la evolución cultural significa que no se puede esperar el éxito si los obreros de una cadena de montaje votan en las reuniones de los ejecutivos o si los reclutas son los que planean las campañas militares.

Pero ¿por qué traigo todo esto a colación? Por la forma de organizarse los partidos políticos.

Piense el lector en las ideologías o en las iniciativas que finalmente se transforman en partidos políticos. Los pasos citados se dan en el mismo orden que lo que se ha establecido para las sociedades humanas: por ejemplo, los indignados o el movimiento 15 M, los círculos en los que se organizaron, y también por barrios. Cuando, posteriormente, fue muy difícil integrar un partido, pues había corrientes, mareas, confluencias y no sé cuántas cosas más, bajo una marca se arremolinó un conglomerado de personas con su propia idiosincrasia si no ideología.

Para intentar evitarlo ahí estuvieron los cacicazgos, más o menos visibles, de algunos grandes hombres/mujeres (militar, juez, profesores universitarios) que todavía perduran, jerarquizados o más o menos asamblearios. Y el paso siguiente que en algunos lugares se ha dado y en otros todavía está gestándose.

Hablemos, pues, de ese paso. Por ejemplo, en los presidentes de los partidos o en los secretarios generales de los mismos, la estructura jerarquizada, los barones territoriales y el vivir a expensas del excedente acumulado.

Hagamos una comparación con la jerarquía partidista que controla a todos los afiliados, porque el que se mueve no sale en la foto, no se le incluye en las listas electorales; postulantes que quieren vivir de la política, mintiendo con su vocación de servicio público, si no con su currículo (como recientemente se ha visto), todos engrandeciéndose, queriendo ser lo que no son, tener la formación y la experiencia que no tienen: ¡cómo van a servir a la res pública con su falta de experiencia o su falta de formación! ¡cómo van a administrar lo público, con la responsabilidad que conlleva por los efectos sobre la ciudadanía y por los importes tan enormes de dinero que administran, cuando no han administrado lo privado, lo propio, lo suyo, porque no han sido capaces de generarlo!

La única esperanza que queda es que, como los descubrimientos científicos prueban y nos informa Wilson, no hay diferencias genéticas estadísticas entre poblaciones enteras que afecten a la amígdala y a otros centros del circuito de control de la respuesta emocional. Tampoco se conoce ningún cambio genético que prescriba diferencias promedio entre poblaciones, en el procesamiento cognitivo profundo del lenguaje y del razonamiento matemático. El promedio entre poblaciones de estos rasgos de personalidad resulta superado por su variación en el seno de cada población. Así que cada grupo, cada nación, cada estado, es más diferente entre sí mismo que lo es en comparación con el otro grupo de la misma categoría. Se supera el nacionalismo divisivo por orgullo de raza o genético.

Lo único que queda claro es que la personalidad de los humanos puede dividirse, casi únicamente, en extroversión frente a la introversión, antagonismo frente a afabilidad, escrupulosidad, carácter neurótico y disposición abierta a la experiencia. Y se ha probado que en estos aspectos la heredabilidad es sustancial y se sitúa entre 1/3 y 2/3. Entonces ¿es que tiene que haber pueblos, naciones o estados de un tipo o de otro, mayormente? Pues no, más bien eso son estereotipos, pues también el grado de variación en los valores de personalidad indicados, según un estudio realizado por 87 investigadores y publicado en el 2005, es similar en las 49 culturas evaluadas.

En una palabra, somos todos muy iguales. Nuestros conflictos internos, nuestro egoísmo a nivel individual, y nuestra bondad, generosidad y altruismo a nivel del grupo, nos hacen más o menos exitosos. El conflicto individual bien manejado y el conflicto entre grupos bien gestionado hace que unos ganen y otros pierdan en esa carrera a conseguir la civilización más adelantada y próspera. El problema es que, en esa carrera, en la política no están los mejores, y eso nos daña individualmente y como grupo, como nación y como estado.

*Doctor en Derecho