Volvió a suceder, una vez más Castellón se trasforma durante las fiestas, y nos convertimos en una ciudad bulliciosa, participativa donde las calles se convierten en ríos de gente dispuesta a compartir a recibir con los brazos abiertos a quienes se acerquen para vivir unas fiestas abiertas y participativas. Fiestas que compaginan nuestras tradiciones con la historia, la cultura, nuestro sentimiento como pueblo. Son fiestas fundacionales, en las que se conmemora el traslado de la ciudad, del Castell Vell a su ubicación actual. Sin duda es el sábado cuando se da el pistoletazo de salida, tras la primera Mascletá, a partir de ahí, el homenaje al Rey Jaime I y el Pregó. El domingo se escuchan las salvas y sabemos que se nos está convocando a la Romería multitudinaria. Este año además estamos de enhorabuena pues el Consell ha declarado la Romería bien de interés cultural. La semana seguirá llena de actos, en los que se mezclarán el fuego, la pólvora, la luz, el color, el costumbrismo, la música, todo ello parte de la cultura mediterránea y nos deslizaremos hasta la Traca final y el Vitol. No he nacido en Castellón y, sin renunciar a mis raíces, me siento profundamente castellonero. Cuando salgo en la Romería, siento el orgullo de saber que estamos recordando nuestra historia, nos sentimos herederos, a la vez que queremos asentar el presente solidario, justo y equitativo, y sabemos que debemos trabajar para un futuro mejor.

Recordar, como decía Miquel Peris «que fer festa no es tot faloria, beure, menjar i ballar. També cal escorcollar en la vilatana historia. Festegeu en llibertat sense fer mal a ningu y que faca cada ascu el que vullga amb dignitat». Decían los Romanos a los Emperadores, recordad que solo sois hombres, pues eso, las fiestas son parte de un paréntesis bien merecido y hay que seguir trabajando para intentar conseguir una mejor calidad de vida y una sociedad más justa y solidaria, tras años de crisis y exclusión de los más necesitados.

*Diputado autonómico PSPV