Carles Puigdemont ya tiene el Govern de batalla que le exigía su socio Oriol Junqueras en el camino hacia el referéndum ilegal del 1-O. Al president de la Generalitat de Cataluña no le ha temblado el pulso para destituir a tres consellers y un alto cargo de su propio partido, el PDECat. Aunque en su discurso Puigdemont dijera que los cargos salientes «han dado un paso al lado» resulta evidente que Meritxell Ruiz (exresponsable de Ensenyament), Jordi Jané (extitular de Interior), Neus Munté (exconsellera de Presidència y portavoz) y Joan Vidal de Ciurana (exsecretario del Govern) abandonan el Ejecutivo por la exigencia de Junqueras de dotarse de un equipo que no titubee ante las curvas (políticas y, sobre todo, legales) que ya asoman en la recta final hacia la consulta unilateral. Con estos cambios, Puigdemont y Junqueras disponen ahora mismo de un Govern sin fisuras dispuesto a llegar hasta el final en su pulso con el Estado, sea cual sea ese final.

El gran perdedor de esta remodelación es el PDECat. La formación heredera de Convergència pierde el control político del procés -Puigdemont dijo que es el president de un Govern de Junts pel Sí, no de un partido- y ve como se ahondan las clásicas supicacias en el entorno independentista de que, llegada la hora, muchos de sus dirigentes rehuirán el choque con el Estado. Se disfrace como se disfrace el relevo en el Govern, los cuatro altos cargos salientes quedan marcados entre los independentistas. En contraposición, la remodelación es una victoria de ERC (no pierde a ningún conseller) y de Junqueras, que ha logrado el tipo de Ejecutivo que exigía para hacerse cargo de la organización del referéndum.

El otro mensaje que transmite la remodelación es el de la firmeza. Es una advertancia interna pero también externa, hacia el Gobierno central. Puigdemont y Junqueras se dotan de esta forma de un equipo con el que ir al choque institucional que el independentismo anhela.