Debemos admitir que nuestro planeta es un territorio dominado por conflictos, cambios, contradicciones. Nuestros viejísimos amigos como son el Sol y la Luna siempre siguen su camino imperturbable, y su aspecto se repite con precisión de acuerdo con las normas planetarias.

Nuestro territorio, el humanizado, ha descubierto la posibilidad de practicar la independencia. Y así, entre otros hechos, ha inventado la política, los afectos y los odios, la arquitectura y las vacaciones... y, naturalmente, el fútbol.

Uno de los descubrimientos más curiosos es el de la moda. Hablé de eso hace tan solo unos pocos días, de la moda, y mi voluntad de precisión, tan a menudo inútil, me lleva ahora a hablar de un aspecto de la moda: los cabellos.

Desde Pekín, el periodista Adrián Foncillas explica que una chica japonesa ha demandado a su colegio por obligarla a teñirse el cabello por motivos sociales. El cabello era demasiado claro. Tenía que ser negro.

Teñirse el cabello no es tan fácil y tan inocente como puede parecer a simple vista, y estoy seguro de que nuestras mujeres lo saben por experiencia.

El caso es que la chica, de 18 años, ha tenido que dejar la escuela pública porque el tinte negruzco le ha provocado una notable irritación. El hecho es insólito. No creo que haya ningún precedente de una denuncia de una persona contra una Administración -en este caso la de Osaka- por destrucción de una cabellera. La polémica ha aparecido públicamente cuando la chica ha reclamado una indemnización. E incluso ha llegado a los tribunales.

Foncillas explica que la sumisión a las normas sociales y a la armonía de los grupos es tradicional en la cultura japonesa. Esto me hace pensar en los uniformes escolares, que eran obligatorios cuando yo iba a la escuela. Pronto arrugados y manchados de tinta.

Y el color del cabello era un derecho personal e intransferible. El ataque a la diversidad es peligroso.

*Escritor