El mercado laboral en España se ha estancado. Dos cifras conocidas ayer lo revelan aunque parezcan contradictorias. El número de personas que cotizan a la Seguridad Social aumentó menos que de lo que es habitual en el mes de septiembre. Y el número de personas inscritas en el paro creció, pero menos de lo que acostumbra a la vuelta de las vacaciones. Aunque por lo que respecta a la provincia de Castellón ha sido un mes de septiembre nefasto con casi 1.500 nuevos parados cuando el mismo mes del año pasado fueron la mitad, lo cual refrenda que se debe desestacionalizar el turismo.

Casi podemos decir que en España ni se crea ni se destruye empleo. Estamos ante un indicador plano. Las causas pueden ser diversas. Una posibilidad es que se esté reduciendo la estacionalidad de la ocupación. Ello explicaría una menor rotación en la contratación, aunque la tasa de paro se mantenga estable. La mayor parte de los analistas se inclinan por una segunda posibilidad. Este estancamiento del mercado laboral puede ser un síntoma, otro, de la desaceleración económica que muchos pronostican. En esta hipótesis coinciden, al menos, tres dinámicas diferentes. Por un lado, la amenaza, cada vez más inminente, de un brexit salvaje que Boris Johnson ha vuelto a esgrimir en la convención de su partido. Y que también sacudió a las bolsas internacionales este miércoles. Cualquier gran inversión está hoy condicionada por esta posibilidad real. Y a menor inversión, menos ocupación. En segundo lugar, la posible recesión en Alemania sigue siendo una amenaza real que desactiva a los sectores exportadores, donde se crea ocupación de mayor calidad. Y en tercer lugar, la incertidumbre política española no ayuda a crear empleo, muy especialmente cuando uno de los elementos que marcan la formación del próximo Gobierno es la posibilidad de poner en marcha una reforma laboral que altere las condiciones de la contratación y del despido. Todo son incertidumbres y ya se sabe que la economía precisa de estabilidad y, muy especialmente, de previsibilidad. El cóctel no es explosivo, pero cada día inclina más la balanza hacia una previsible crisis económica de alcance imprevisto.

Este análisis coyuntural no debería distraernos de mirar los problemas más estructurales de la ocupación en España y Castellón en particular. Ni en los mejores momentos del boom económico se logró la plena ocupación. Entonces y ahora hay un serio desajuste entre la oferta y la demanda, cosa que pone en entredicho el sistema educativo y los programas de formación permanente. La crisis ahondó en esta dinámica y la salida de la crisis se ha hecho renunciando a determinados niveles salariales, cosa que tiene un impacto directo sobre las cotizaciones y pone en jaque el sistema de pensiones.

Todo ello nos lleva a la constatación de que una crisis económica que ahora nos cogería peor preparados y que podría precipitar el impacto de nuevos retos, como puede ser el de la robotización que echaría al traste los cimientos del contrato social en el que se ha basado el bienestar en España y en Europa en las últimas décadas. España lleva cuatro años sin hacer reformas estructurales y las que se han intentado se han hecho sin acuerdo entre los agentes sociales y bajo la presión de la devolución de la deuda. El nuevo ciclo político tras las elecciones del 10-N debe acabar con esta parálisis.