El FC Barcelona ha vivido los últimos cuatro días bajo una sorprendente pulsión autodestructiva propia de sus peores épocas. La derrota ante el Atlético de Madrid en la semifinal de la Supercopa disputada en Arabia Saudí abrió de forma abrupta la caja de los truenos con el técnico Ernesto Valverde como protagonista. Se cerró de mala manera después de que la junta de Josep Maria Bartomeu adoptara ayer la decisión de despedir al entrenador del equipo durante los dos últimos años y medio --en los que ha ganado dos Ligas, una Copa y una Supercopa-- y su relevo inmediato por Quique Setién, el veterano exentrenador del Betis. De forma paradójica, la destitución de Valverde llega después de jugar uno de los mejores partidos de la temporada --pese a la derrota por 2-3 en unos 10 últimos minutos fatídicos-- y con el equipo líder de la Liga y clasificado para los octavos de final de la Champions. Hay que remontarse 17 años para tener un precedente de que una directiva del Barça despidiera a un entrenador. El afectado fue Louis van Gaal y los azulgranas estaban entonces en la Liga nada más y nada menos que a 20 puntos del líder.

En primer lugar, cabe decir que el club ha gestionado el cambio de entrenador de forma caótica. Cierto es que los dos desastres seguidos en la Champions (Roma y Liverpool) dejaron tocado a Valverde, como la derrota en la final de Copa ante el Valencia, y fue el propio presidente quien apostó por él. El 2-3 ante el Atlético, y el anterior empate ante el Espanyol (colista de la Liga), reabrieron el debate sobre un entrenador a quien sus críticos veían ya gastado para activar al equipo y no reincidir en errores tan gruesos como las dos eliminaciones europeas.