H. Le faltaban unos días para cumplir los cien años, pero la Providencia, o el destino (elija el lector lo que más se le acomode, como yo ya lo he hecho) no quiso concederle, a ella y a todos cuantos la queríamos, la alegría de poder celebrar el siglo de existencia. A doña Rosario, a parte de la entrañable amistad con su hijo, que arranca desde nuestro bachillerato en el instituto Ribalta, iniciado hace más de 60 años y que se vio aún más fraternizada por pertenecer a la misma pandilla de amigos, tuve la particular satisfacción de tenerla como profesora de música en la Escuela Normal del Magisterio. De ahí que, con reverencia y cortesía, le sigo manteniendo el tratamiento de doña, que nunca le apeé, como tampoco lo hice con otros colegas ilustres que conformaban el claustro en aquel entrañable centro del final de la calle de Herrero, como los catedráticos , , , … y muchos más de inolvidable recuerdo.

Doña Rosario nos dio clases de música, con eficacia y sobre todo con un espíritu maternal lleno de alegría, servicio y de bondad, que quienes conformamos aquel curso recordamos con indudable afecto. Era otra manera de enseñar, era otra manera de entregarse a los alumnos. Cercana, afectuosa, comprensiva, llena de delicadezas familiares.

Eran otros tiempos, sin duda. Tiempos dignos de la pluma de . Hoy nos puede la tecnología, pero en aquel entonces mandaba el corazón. Con él en la mano me despido de usted, Doña Rosario. Descanse en paz. H