El locutor Mustapha El Ogdi emitió la semana pasada un monólogo cargado de odio e insultos hacia Mina Bouchkioua, una profesora de Filosofía que habría puesto en duda la virilidad de Mahoma en Facebook. El locutor se dedicó un buen rato a escupir y calumniar a la mujer marroquí: que si vieja, que si fea, que si basura y fue alternando los insultos con fervientes muestras de admiración (una admiración con tintes casi homoeróticos) al que para él es «la personalidad más importante de toda la historia de la humanidad». Hasta que llega a la incitación a la violencia anunciando que hay miles de millones de musulmanes en el mundo que le darían miles de millones de golpes y países en los que le cortarían la cabeza.

Su rabia expresa el fanatismo de quienes no toleran que se someta a crítica alguna lo que consideran sagrado, quienes quieren imponer a los demás sus sensibilidades religiosas aunque sea por la fuerza. No entienden que su fe es suya y que quienes no la comparten no le deben respeto alguno. Al locutor ni se le pasó por la cabeza que desde Cornellà, aunque fuera en árabe, no se pueden propagar discursos de odio, misoginia y violencia. Su indignación le parece de lo más normal. Que si pones la mano en el agujero de la serpiente, no te quejes si te muerde. Es decir: que está justificado vigilar y castigar a los enemigos del profeta.

Puede que no se haya dado cuenta de que esto no es Marruecos, donde la apostasía sigue siendo delito y la libertad religiosa brilla por su ausencia. Que la hereje sea mujer, atea, bebedora y libre es lo que más despierta su odio. La libertad les resulta insoportable, a él y a tantos otros que piensan igual y que nos encontramos todos los días en redes con una virulencia parecida.

Lo más preocupante es que este tipo de mensajes están llegando a una juventud musulmana sin resistencia, sin ningún discurso público que los condene de forma clara. Y si continúa este silencio ante el fanatismo lo que pasará es que cada vez se irá propagando más la idea de que mi sentimiento de ofensa me da derecho a perseguir a quienes me ofenden. Sobre todo si son mujeres.

*Escritora