Son muchos y diversos los economistas y politólogos que están preocupados por la deriva europea. Sus aportaciones al debate muestran la falta de acuerdo sobre lo que se tiene que hacer con algo que ya de nacimiento arrastraba problemas que se ven ahora más con el crecimiento.

Desde la creación se visualiza en la construcción europea el hecho de que Europa no tenga conflictos bélicos, tema contrafactual difícil puesto que el pasado en la historia no es nunca un referente suficiente para validar el presente. Sabemos que los países han aceptado la unión económica y la redención aduanera a cambio de compensaciones. No se trata de lo que uno gana sino de cómo ganan los otros más que uno.

Cuando las ideas están amortizadas y se incorporan a la normalidad, sobresalen los descosidos. La estética juega en contra de un Parlamento europeo que es un armatoste ante la opinión pública. Demasiado grande, cementerio a menudo de políticos nacionales con retribuciones que concuerdan poco con el trabajo que se sabrá que hacen sus señorías y con privilegios fiscales respecto de los ciudadanos representados. Se mantiene con una burocracia administrativa fuera de todo canon de ejemplaridad. Cuenta con unos representantes institucionales conjuntos que, a pesar de suponer equilibrios nacionales, no siempre reflejan la ética del bien común.

Ante esto, domina entre los analistas la posición de pedir paciencia, de recordar que una unión no se constituye ni siquiera durante un siglo. Para lo cual la referencia es la federación de los Estados Unidos, pero los tiempos son otros como para que alguien acepte este reclamo. Del mantenimiento de estos errores con falta de acción surgen los populismos, puesto que las reacciones de los italianos o de los británicos son hijas de esta misma madre.

*Economista