Muy unido al problema actual de la desafección política está el uso peyorativo que casi constante y habitualmente se hace del término política. Ya hemos hecho mención de la cuestión en estas mismas páginas. Política se hace sinónimo de politiquería, de malas artes para conseguir un fin; de uso torticero, instrumental y sectario de argumentaciones que, sin tener en cuenta al otro, buscan únicamente la prevalencia de la opinión propia y el parecer particular. «Ya sabes, la política es así...», «eso es una argumento político…» o «la política tiene esas cosas…» son expresiones de ese tenor. Las mismas personas que estamos en política, aunque sería mejor decir en la gestión política, porque en política estamos todos, caemos, también, una y mil veces, en esta falacia terminológica.

Y no debe ser así. La política no es politiquería, ni es sectarismo, ni es parcialidad partidista. La política es la organización racional de la vida en común. Y después de muchos siglos y mucha sangre, mucho sufrimiento y mucho dolor, los humanos hemos aprendido que la mejor forma de institucionalizar esa racionalidad es la democracia formal parlamentaria que se da dentro de un estado social y democrático de derecho. Y en las democracias, el contraste de opiniones, la divergencia de pareceres y la crítica son señales inequívocas de salud democrática.

Lo que ocurre ahora es que la pandemia del coronavirus nos sitúa ante un momento histórico excepcional, de verdadera emergencia nacional. Es una guerra ante un enemigo agazapado y alevoso que hiere y mata de manera silenciosa e invisible. ¡Pero mata y de qué forma!

No se requiere tan solo de la política, sino de la Gran Política, en expresión que tomo de Nietzsche, aunque con un sentido bastante diferente al suyo. No estamos ante una situación de normalidad institucional, estamos en estado de alarma y eso además del confinamiento y la restricción de un derecho fundamental como la movilidad, obliga a los políticos a actuaciones profundamente políticas; en el más noble y profundo sentido de la palabra, nos obliga a hacer Gran Política.

Y en esa Gran Política son fundamentales la unidad, la cohesión social, la amistad cívica y la solidaridad. Los políticos hemos de estar a la altura de nuestras ciudadanas y ciudadanos. El objetivo claro es luchar unidos. En primer lugar, salvar vidas; después, reactivar la economía y hacer frente a la emergencia social que se nos presentará tras de la emergencia sanitaria. Y efectivamente, hemos de conseguir que nadie, nadie, se quede atrás.

El Gobierno de España parece entenderlo y, muy consciente de lo que pasa, ha ofrecido diálogo a todas las fuerzas políticas y a los agentes sociales. Como muy bien dijo el presidente Pedro Sánchez en su última comparecencia, ésta es «la gran crisis de nuestras vidas», una verdadera encrucijada histórica, y más allá de reproches, reconvenciones y fracturas, todos debemos estar, en expresión de Ortega y Gasset, «a la altura de las circunstancias».

Nosotros, desde nuestra pequeña parcela que es la Diputación, así lo entendemos. Nos mantenemos en constante diálogo con los portavoces de la oposición y en el pleno de ayer todos los puntos fueron votados por unanimidad. Hemos llevado adelante propuestas comunes y en su momento vendrá la discrepancia, que nos permitirá decir cosas que ahora, por responsabilidad, callamos. Es el momento de la unidad, de la Gran Política. Nuestra ciudadanía se lo merece y las administraciones públicas, no solo a las ocho sino a todas horas, hemos de salir a aplaudir, a aplaudir y a luchar, a luchar con medidas, con propuestas y con imaginación.

*Presidente de la Diputación