El otro día volví a ver una película de los 60, época más gloriosa de Hollywood, sobre la vida de Miguel Ángel con tres excelentes actores: Charlton Heston, Rex Harrison y Diane Cilento. Se trataba de El tormento y el éxtasis, un film basado en la novela de Irving Stone y dirigido por Carol Reed, cuyo argumento hacía referencia a la realización de las pinturas del techo de la Sixtina. Precisamente al volver a visualizar en la cinta los frescos de la bóveda de la capilla papal, recordé recientes estudios sobre el tema, que no dejaron de asombrarme. Así, las nueve escenas, desde la creación del universo hasta la embriaguez de Noé, se acomodan en una proporción de espacio arquitectónico, en la misma formulación cabalística de las dimensiones del Templo de Jerusalén. Otra de las sorpresas fue el epítome de fisiología humana subrepticio en las pinturas: El tronco cerebral en la glotis de Dios, en la disociación de la luz de las tinieblas. La separación entre las aguas y la tierra, precisada en el perfil del manto del creador, como la silueta de un riñón, referencia de la disparidad de lo líquido y lo sólido. Los ignudi flanqueros del último papel con Noé ebrio, arrebujados bajo el contorno de un hígado, siendo el segundo cirrótico. Los ángeles cubiertos con el manto de Yahvé en el insuflo de la vida a Adán, que suponen la sabiduría del engendrar y conforman la morfología del corte axial de un cerebro. Digamos que el artista llevó a cabo muchas disecciones en Florencia y Bolonia, para estudiar la anatomía. Pues bien, el prodigio de este conocimiento le supuso saltar de la carnalización del cuerpo humano a su universalidad. Neoplatonismo analógico en vena: El microcosmos fisiológico, que refiere el macrocosmos astral. Leonardo también era feligrés de esa creencia. Ahhhhh, de paso recomiendo la película.

*Cronista oficial de Castelló