Querido/a lector/a, el Partido Popular, que es esencial para entender la historia política contemporánea de España, ha sido y es un partido presidencialista. Sus decisiones más importantes no han correspondido a reflexiones de ningún colectivo sino que han sido competencia y deseo de los presidentes. Creo que el punto más álgido de ese modelo es aquel Aznar que elegía sucesor o dictaba en qué punto se podían, o no, presentar enmiendas en los documentos congresuales.

Tal vez por esa tradición, que está lejos de unas democráticas elecciones primarias, los más destacados dirigentes del PP esperaban que M. Rajoy antes de volver a su curro privado en Santa Pola señalara heredero. Es más, tan cierta es esta afirmación que se puede decir que tanto Soraya Sáenz de Santamaría como Mª Dolores Cospedal, las dos candidatas más próximas a ganar, también han manifestado que esperaban que M. Rajoy designara heredero a Alberto Nuñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, y que este aceptara. Circunstancia que, siempre según las dos, hubieran visto con agrado. Es más, incluso han dicho que si Nuñez Feióoo se hubiera presentado, por la unidad del partido hubieran renunciado a sus propias candidaturas. Pero la cuestión es que M. Rajoy no quiere ni heredero ni candidato, y el heredero prefiere quedarse en casa. Posiblemente porque cada vez es más difícil imponer direcciones con el dedo, pero también porque la dura realidad del PP tiene que ver con un bajo número de diputados, divisiones internas, descrédito y, encima, le hace falta una desgarradora renovación.

En cualquier caso, como tiene que ganar alguien, prefiero a Soraya. La otra, Cospedal, ante mis ojos representa la derecha casposa de siempre, la que tiene roces con el dialogo, los valores democráticos y la justicia social. En esa línea, y dicho sea de paso, me recuerda demasiado a Bárcenas y el despido en diferido.

*Analista político