Hace años que desconfío de los campeones de la certeza. Una es cosa es tener principios, y defenderlos, pero otra muy distinta es rodearlos de un foso con agua y cocodrilos. Sé que esa estrategia del encastillamiento gana por goleada, y por eso celebro cualquier señal de resistencia.

Lorenzo Silva ha publicado la enésima aventura de su pareja de guardias civiles, Bevilacqua y Chamorro, y le ha otorgado al primero un aire crepuscular que, además de evocarnos el universo de John Ford, nos confronta a varios de nuestros demonios contemporáneos: ETA, la corrupción, el procés… Y en todos, al veterano Vila le aparecen las dudas. No sobre si es lícito matar por una idea, robar dinero de todos o saltarse la ley, sino sobre si hicimos lo suficiente para evitarlo; y si la represión, por sí sola, basta para resolver problemas complejos. Pero es que además hay otros protagonistas: los que no pegaron tiros, no metieron la mano en la caja y no ignoraron la ley, pero que con su silencio --o complicidad-- agravaron el problema.

El título de la novela, El mal de Corcira, se inspira en la isla --actualmente llamada Corfú-- donde tuvo lugar la primera guerra civil: partidarios de Atenas contra partidarios de Esparta. Y la crónica de esa guerra -«la muerte se presentó en todas sus formas, y no hubo exceso que no se cometiera»-- es del historiador griego Tucídides. Pero tal vez lo más aterrador no sean los detalles de la matanza --que también-- sino cómo se alteró el significado de las palabras para cuadrar un relato oficial.

«Quienes actuaban de forma temeraria y atolondrada pasaron a ser ensalzados por ser más leales al partido que al resto. En cambio, quien se mostró prudente pasó a ser considerado cobarde. El que se dejaba llevar por la ira era el que se creía digno de confianza, y el que no, sospechoso. A quien se adelantaba a intrigar, a hacer el mal, o empujar a otro a hacerlo, era al que se respetaba, por astuto». ¿Nos suena? Es un texto de hace 2.400 años, pero parece escrito aquí y ahora.

*Periodista