Querido/a lector/a, reconozco que la noticia de implantar la religión del Islam en las aulas de algunos colegios, ha creado cierto malestar en mi entorno de amistades que, dicho sea porque interesa para el caso, la mayoría son de izquierdas. Pero aclaro, no hablo de alarma social, solo hablo de cierto mosqueo y, en ningún caso, esa actitud nada tiene que ver con la xenofobia. No obstante, no se oponen.

Me explico: toda esa gente sabe que venimos de 40 años de franquismo. De un régimen que entre otras señas de identidad tiene la del nacional catolicismo. Eso quiero decir que no había libertad religiosa y que la única religión permitida y utilizada era la de la Iglesia católica. Una iglesia, que tenía una indiscutible hegemonía en el orden privado, religioso y moral y, además, en el público y político. Incluso la gente de mi entorno sabe que por las características de nuestra transición hacia la democracia, aunque tengamos una Constitución que habla de libertad religiosa y de que ninguna confesión tendrá carácter estatal, es evidente que existe un trato de privilegio con la Iglesia católica hasta el extremo de que esa religión se da como asignatura en las escuelas. Por lo tanto, mi entorno, y más cuando la propia Constitución también habla de mantener relaciones de cooperación con las otras confesiones, no solo lo tiene claro sino que entiende que, o se suprimen todas de las escuelas o, en una sociedad democrática y plural en lo religioso, habrá que permitir la entrada de las otras en las aulas, como ahora el islam.

La cuestión es : ¿si lo tienen claro, de donde viene el malestar? Posiblemente porque es una decisión que suena a impropia de esta época. O dicho de otra forma, si había que hacer algo, debía ser en la línea de progreso, la de la aconfesionalidad. En todo caso, el derecho constitucional de los padres a que sus hijos reciban formación religiosa, debería asistirles fuera de la escuela.

*Analista político