Lo peor para un paranoico que cree que le persiguen es que le persigan de verdad. Trump ha iniciado la caza de la fuente anónima que ha escrito en The New York Times la tribuna titulada «Soy parte de la resistencia dentro de la Administración Trump», en la que asegura que existe un grupo de funcionarios que trabaja para desactivar a un presidente que consideran dañino para el Estado. A falta de nombres, el presidente arremetió contra el periódico al que le acusó de «traición». También apoyó al congresista republicano que agredió hace meses a un periodista del The Guardian. Este señor es el presidente de los Estados Unidos de América.

La tribuna está en línea con el contenido del no menos explosivo libro de Bob Woodward, Fear (Miedo), en que describe una Casa Blanca más próxima a un manicomio fuera de control que al centro de mando de la nación más poderosa e importante.

WOODWARD no es Michael Wolf, autor de Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump, libro que causó un terremoto político. Woodward es un periodista de investigación de enorme prestigio. Él y Carl Bernstein tumbaron a Nixon por el caso Watergate, un precedente que está grabado en la mente de Trump pues teme acabar igual.

Es significativo que el vicepresidente, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, entre otros, se hayan apresurado en negar que fueran la nueva garganta profunda. La celeridad retrata el clima de terror en que se vive dentro de la Casa Blanca.

El presidente y su claque mediática se ha movilizado para desactivar la bomba Woodward, al que llamó «desprestigiado». Trump calificó el libro de estafa a los lectores y de fraude lleno de invenciones. Su reacción habitual fue la de dirigirse a la América que se ha instalado en una realidad paralela presidida por un presidente cada vez más peligroso.

La periodista del Times Maggie Haberman conoce bien a Donald Trump. Le sigue desde hace 20 años. Detalla sobre él que es una persona con una necesidad extrema de reconocimiento, que cree que puede gobernar EEUU como si fuera una de sus muchas empresas, con poder de suprimir lo que le molesta, incluidas las leyes.

El adelanto del libro, que se publicará pasado mañana el 11-S, recoge algunos testimonios demoledores. El jefe de gabinete de Trump, el general John Kelly, le considera un idiota, y su compañero de armas, el general James Mattis, jefe del Pentágono, dijo a su equipo tras una reunión sobre Corea del Norte que Trump tenía la capacidad de compresión de un niño de diez u once años.

El periodista ha realizado decenas de entrevistas y comprobaciones antes de adjudicar a Kelly y a Mattis esas citas. O para escribir que el presidente llamó retrasado mental a Jeff Sessions, el fiscal general de EEUU, al que considera responsable de sus problemas con el fiscal especial de la pista rusa, Robert Mueller, que también le investiga por obstrucción a la justicia. El insulto está en consonancia con lo que tuitea contra Sessions.

Está obsesionado con Mueller. Le despediría con gusto si no le pudiera costar la presidencia, pues sería un escándalo. El presidente ve enemigos y traidores en todas partes, personas capaces de dar información al fiscal especial a cambio de inmunidad, como ya ha pasado con su abogado personal, Michael Cohen.

Se siente sitiado dentro de los muros de la Casa Blanca. Ya no es un enemigo, exterior, la prensa del fake news o los demócratas, sino una quinta columna que trabaja para derrocarle poco a poco. La tribuna de opinión da de lleno en sus peores pesadillas.

EL PANORAMA dibujado por Woodward no es una novedad. Sabíamos por cientos de informaciones que la Casa Blanca real tenía mucho que ver con la parodia del corrosivo show de Saturday Night Live. El libro muestra un presidente tóxico, al que le encanta enfrentar a sus colaboradores, propenso al improperio y al maltrato psicológico, un tipo narcisista que apenas se prepara las reuniones con jefes de Estado extranjeros porque solo obedece a su instinto.

Woodward dibuja un presiente inepto, mentiroso compulsivo y peligroso.

Y estamos a menos de dos meses de unas elecciones legislativas que pueden marcar el resto del mandato, incluso favorecer la caída de Trump. Si los demócratas se hicieran con el control de la Cámara de Representantes, algo probable, el impeachment podría estar servido en el año 2019. Todo dependerá del informe final que presente Mueller en el Congreso y del resultado del Senado.

No se han cumplido dos años de mandato y los medios de comunicación que tanto ha atacado, llegando a llamarles también «los enemigos del pueblo», están haciendo su riguroso trabajo: vigilar al poder, desde las moquetas a las cloacas, bajo una premisa que es la base de la democracia: nadie está por encima de la ley.

*Periodista y escritor