Llevamos 25 días confinados en casa. Algunos como yo aislados en una habitación tras once días de fiebre, tos, dolores y malestar general; eso sí, sin que la Conselleria me haga el test del coronavirus a pesar de las múltiples peticiones. Así les salen las estadísticas como les salen, tanto las de infectados, como las de fallecidos.

Tenemos una visión sesgada de la realidad. Llevamos ya cerca de quince mil muertos pero hay un ocultamiento sistemático de las víctimas. Nunca tantos muertos habían sido tan invisibles. Nunca se había ocultado tanto el dolor de las familias, convirtiéndolo en clandestino.

A este paso recordaremos esta pandemia como un catálogo de aplausos en balcones, de ocurrencias de whatsapp y de gestos de generosidad y solidaridad. Pero de los muertos, no hablaremos. Hay una frase atribuida a Stalin, que dada la cantidad de comunistas en el Gobierno, encaja como anillo al dedo, que dice que «un muerto es una tragedia, pero miles de muertos, son solo una estadística».

Y no me parece justo. Deberíamos tener un poco más de respeto por los muertos. Y sobre todo por estos muertos. Porque se nos está yendo la mejor generación de españoles, los nacidos poco antes de la guerra, durante la guerra y en la inmediata posguerra.

En estos días en que el presidente Sánchez de forma pretenciosa nos ha recitado a Churchill rememorando sus discursos de la II Guerra Mundial, me viene a la cabeza ese «esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas» del político británico. Sí, ya sé que la gente no recuerda lo del «esfuerzo» y solo recuerda lo demás, pero es precisamente el esfuerzo lo que caracteriza a esta generación que se nos están yendo solos, sin pésames, sin funerales y sin abrazos.

Una generación que levantó este país después de una guerra civil con esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas; y mucha fuerza de voluntad. Una generación que con trabajo, dedicación y generosidad, sacó adelante a sus familias cuidando ovejas, trabajando en fábricas, trabajando en el campo de sol a sol, tras sufrir una posguerra en la que algunos, quizás demasiados, vieron cómo sus padres penaban en campos de refugiados o en prisiones militares las consecuencias de la guerra. Y en esa posguerra, trabajando --en ocasiones con pluriempleo para salir adelante-- con mucho esfuerzo crearon la clase media.

Tuvieron que aguantar una dictadura en su juventud. Y luego ya en la edad adulta se dieron un abrazo de perdón y forjaron una ejemplar transición de la dictadura a la democracia. Todos ellos trabajaron duro para dar un futuro y un proyecto de vida a sus hijos y nietos.

PUES ESTOS, los que levantaron España de la ruina y nos han dejado en herencia la mejor versión de nuestra historia, se nos están muriendo en silencio, en la distancia y lejos de sus seres queridos.

Justo ahora, cuando merecían unos últimos años tranquilos y dignos, cuando merecían que les cuidáramos, agradeciéndoles todo lo que han hecho por nosotros, se nos han ido entre los dedos con la sensación de ser los descartados, porque no había suficiente atención para todos.

No se si nos perdonarán, pero al menos, pidámosles perdón.

*Portavoz del grupo popular en la Diputación de Castellón