Querido/a lector/a, el domingo pasado y en estas tierras, a más de 1.500 kilómetros de París y cerca de 250 años después de las revoluciones burguesas y, en concreto, la Revolución Francesa de 1789, entre cucharada y cucharada de paella, alguien dijo que era de izquierdas. Opinión rápidamente seguida, como el trueno al rayo, por un comentario adverso. Me refiero a ese que, en estos tiempos, repite como un mantra que izquierda y derecha no existen, que mande quien mande no hay alternativa y, en consecuencia, son dos expresiones vacías de valores y, además, de otra época.

A pesar de que la cuestión se prestaba para la controversia, el hecho cierto de que aquel encuentro tenía la obligación de transcurrir por caminos de concordia nos obligó a hacer oídos sordos y evitar discusiones. Entre otros motivos porque en alguna ocasión y por asuntos parecidos hemos montado algún pitote que otro. No obstante, es difícil morderte los labios (cosa que todos hicimos) al ver que te están provocado y mintiendo conscientemente. Cuando, por citar un par de ejemplos, se niega la razón y el pensar al decir que mande quien mande no hay alternativa; o, peor aún, cuando se proclama que de la tradición y el conservadurismo saldrá la misma propuesta que de la solidaridad o el reformismo. En cualquier caso pasé un buen día porque estuve con amigos, la paella estaba de puta madre y la mil veces anunciada muerte de lo que representa la izquierda y la derecha (parafraseando a Daniel lnnerarity y a George Bernard Shaw) aún parece exagerada. La cuestión esencial es que, más allá de las palabras, entre izquierda y derecha siguen existiendo diferencias de estilo y de culturas políticas que nos permiten utilizar los dos términos como referencias válidas.

*Analista político