Hace unos meses, Béatrice Gurrey contaba en las páginas de Le Monde que, en 1958, Charles de Gaulle confesaba a su sobrina Geneviève su sentimiento ante lo tardío que recibía en su vida el encargo político para el establecimiento de las bases de lo que iba a ser la V República; le decía: «J’ai dix ans de trop». Sin embargo, De Gaulle fue capaz de aceptar una tarea propia de colosos y dar a su país un tiempo de progreso social, desarrollo económico y estabilidad política.

Quizás ahora nosotros, los europeos, nos hallemos también ante otra obra hercúlea, acaso la mayor -o la más imprescindible-- para los países europeos de hoy en día. Construir Europa, unificarla sobre el conjunto de valores que sustenten nuestra vida en común y con la firme voluntad de superar los errores pasados, de divisiones y enfrentamientos. La materialización de los nobles ideales que plasmó Kant en su obra Sobre la paz perpetua. ¿Por qué Europa ahora es imprescindible, un proyecto inacabado que no puede hacerse esperar más tiempo? Europa es una tierra hermosa, sus paisajes son bellos y muy variados --¡qué decir de las orillas del Rin, de la luminosa Toscana, de nuestro Maestrat, y tantos otros!--, pero ahora deja de ser solo un término geográfico para alcanzar una dimensión existencial, en su sentido cultural, y se transforma en un proyecto de convivencia.

No obstante, un ciudadano de cualquier rincón del continente europeo --desde uno que habite en una orilla del Mediterráneo a otro que lo haga en un fiordo del norte-- se puede preguntar, muchos lo vienen haciendo desde hace años: «¿Y a mí en qué me beneficia que Europa se una?». Los acontecimientos actuales y las conflictivas relaciones geopolíticas, desde las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China hasta los atentados climáticos de los nuevos dirigentes brasileños, aportan numerosas razones para que Europa despierte, para que tenga voz, para que los herederos de la Ilustración y el Renacimiento no se queden callados y alcen su voz. Una Europa social. Una Europa unida, cuyo cemento se fragüe en los valores de la democracia. Una Europa fundada en compromisos sociales y humanitarios. Heredera de los valores cívicos que la han caracterizado desde sus orígenes, pues ya Sócrates hablaba de su triple ciudadanía: como ateniense, como griego y como europeo.

Tengámoslo claro: Europa no es «Bruselas», no es un invento de tecnócratas sin alma ni lo es de burócratas insensibles a las dificultades de los jóvenes o los jubilados, a los problemas de los más humildes o de aquellos que lo pasan mal. Europa somos nosotros, los europeos del norte y los europeos del sur, los mediterráneos. Cada uno con sus virtudes y con sus defectos. En ningún lugar me siento más radicalmente europeo que a la orilla de nuestro mar Mediterráneo.

Por eso, aquí, en esta cita mensual contigo, querido lector, quiero apelar con reiteración a la movilización, a que no nos sintamos indiferentes o ajenos a ese proyecto ya bicentenario de la construcción de una Europa unida, donde las cuestiones sociales constituyan su columna vertebral. Construyamos Europa pues, como decía Marcelino Domingo, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de la II República, «es Europa la patria de la que merece la pena ser patriota».

AGITEMOS las conciencias, rebelemos los espíritus para frenar las ideas supremacistas que generan odio o los nacionalismos excluyentes. La patria de Voltaire y Kant, de Dante y Lorca, de Beethoven y Flaubert, de Sorolla y Descartes, de Max Aub y Blasco Ibáñez, de Vives, de Gauss, de Camilleri, de Pessoa, de Zweig,… es nuestra Europa, la Europa de la paz y el progreso, no la de Salvini, Orban, Le Pen o Johnson, que desean su destrucción. Una Europa unida que acune y fortalezca nuestra forma de entender la vida, de cómo vivir. Los valores europeos de la tolerancia, el respeto al diferente, el humanismo, la convivencia multicultural, etcétera.

En La velada en Benicarló, el personaje Garcés, que en mucho expresa el pensamiento de Azaña, sintetiza de forma magistral ese modo de entender la vida cuando dice «pienso en la zona templada del espíritu donde no se aclimata la mística ni el fanatismo políticos de donde está excluida toda aspiración a lo absoluto […] donde la razón y la experiencia incuban la sabiduría». ¿Quién puede dudar ante semejante afirmación de la trascendencia de la obra educativa? Mi amigo Sjur Bergan, director del departamento de educación del Consejo de Europa afirmaba recientemente que «… las instituciones y las leyes democráticas no funcionarán en la práctica a menos que se basen en un conjunto de actitudes y comportamientos que debemos llamar cultura democrática». Ante todo, educación y más educación.

Víctor Hugo en 1849 ya reclamaba la construcción de los Estados Unidos de Europa, o sea, una Europa unida como forma de convivencia pacífica; como tiempo antes, Saint Simon abogaba por avanzar hacia la Europa unificada por medio de la educación y la ciencia; o Jean Monet, que buscaba el mismo objetivo que Hugo cien años más tarde por la senda educativa. Ahora, tras ser elegida nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, insistía en el objetivo de unos futuros Estados Unidos de Europa. ¿Cuánto tiempo queda para alcanzarlo? Más allá de una expresión formal, hay que volver la vista hacia las políticas concretas que identifiquen y aglutinen a los europeos. En el magnífico discurso que pronunció en septiembre de 2017, en el anfiteatro de la Sorbonne, Emmanuel Macron esbozaba varios ejes esenciales para el futuro europeo. Macron defendía el principio de una Europa que protegiese a los ciudadanos, en asuntos de seguridad, pero también en cuestiones sociales. Este ha de ser uno de los caminos.

Nosotros, los europeos, unidos podremos ganar el futuro. La afirmación «Nosotros, los europeos» tiene mucho de inconformismo con la realidad que nos rodea, de ansia de un futuro mejor; como también años atrás lo significó «Nosaltres, els valencians». Desunidos, seguro que perderemos esta oportunidad que hace singular nuestra época.

¿Merece la pena soñar y, a continuación, actuar? Sí, pues, como dijo Helmut Kolh, no hay alternativa a la continuación y el refuerzo del proceso de unificación europea.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I