Existieron unos felices años veinte en el siglo pasado. También conocidos como los años locos. El mundo salía de su primera Gran Guerra y fue como si la humanidad quisiera autoconcederse un respiro. Acaso una suerte de espejismo hasta la siguiente tragedia.

Aunque no todo fuesen luces en aquella década, lo cierto es que se desató una corriente de positividad que trató de reubicar la esperanza en la vida de las personas. Un cierto periodo de prosperidad complementado con la eclosión de tendencias sociales y artísticas que dejarían una singular impronta. La cultura, la moda, el diseño, la música, el baile, los movimientos y las vanguardias artísticas quedarán como una referencia trascendente de aquel tiempo.

De hecho, existen pocas dudas acerca de la gran influencia de la estética visual de los años veinte durante el resto del siglo e incluso en la presente centuria. El constructivismo, el cubismo, el surrealismo, etc, señalaron un nuevo listón de la creatividad humana. El tiempo de Picasso, Modigliani, Paul Klee, Dalí, Breton, Buñuel, Joyce, Le Corbusier, Gropius y la Bauhaus, el Art Déco, Coco Chanel...

La vida podía discurrir al compás del jazz, el tango o el carismático charlestón. La mujer pidió paso y la juventud presentaba valores hasta el momento descartados. En el imaginario colectivo incrementaron su rango de protagonismo.

En lo político la humanidad no dejó de incubar horrores pero algo tuvo aquel periodo que, cual entretiempo generoso, dejó que corriera el aire. No tardaría en asomar el crack del 29 para sellar una década de locura transformada en la rabia de vivir. Una ola de pesimismo volvería a recorrer el mundo. Pero el mundo acababa de vivir su descarga de felicidad. Una entrega a cuenta del destino cuyos nuevos episodios serían bien diferentes. Más allá de los mitos, la humanidad necesita unos nuevos años locos. Sí, de locura. Como diría Silvio Rodríguez, que el cielo nos libre de corduras. Porque hay corduras denominadas corrección política y social que ya no resisten tanta decadencia. Necesitamos que una nueva generación lo cambie todo. Las verdaderas revoluciones no son políticas, sino morales.

La política y las instituciones solo son una pieza -sin duda fundamental- de un esquema mayor de cambio. La cultura, la sociedad, la educación (más allá de la académica), la ética y la estética son parte esencial de la persecución de la felicidad. Nietzsche decía que tenemos arte, y solo arte, para no morir a fuerza de verdad. Tampoco es eso. Pero todo ayuda a doblegar una realidad que no cesa de crear monstruos. Los monstruos son las criaturas que aparecen cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. Ojalá vivamos una nueva década de locura creativa. Comienza la cuenta atrás. En este siglo, tal vez, en sentido literal. En términos de planeta por el desprecio medioambiental acumulado. Y en términos de especie por la probable falta de control ético sobre la revolución tecnológica en curso. En la moda todo vuelve. Ojalá regrese un espíritu -tan inesperado como hace cien años- cargado de ganas de vivir. No será el charlestón pero necesitamos un baile nuevo, cual exorcismo que nos libere de esta marcha fúnebre que a veces lleva el mundo. Feliz década en unos días.

*Doctor en Filosofía