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En su último discurso sobre el estado de la Unión, Barack Obama no ha podido centrarse en un balance de su presidencia cuando esta se acerca a su fin, ni en la presentación de propuestas legislativas que sería lo propio ante las dos cámaras. En EEUU ha aparecido un fenómeno que está contagiando a la clase política, en especial a la republicana, pero también afecta a las filas demócratas, y sobre todo a la ciudadanía, y Obama se vio obligado a salir al contrataque. El fenómeno se llama Donald Trump. El presidente no lo citó por su nombre, pero con su gran oratoria intentó desmontar el pernicioso catastrofismo sembrado por el excéntrico multimillonario neoyorquino, rechazó la electoralmente rediticia política del miedo y condenó el extremismo.

Obama puede decir, como hizo, que EEUU está mejor económicamente hoy que cuando él llegó por primera vez a la Casa Blanca, en el 2009, cuando la crisis iniciada dos años antes estaba en su pleno apogeo. Las preocupaciones económicas y de seguridad continúan siendo muy altas entre la población, pero ello no justifica el pesimismo al que parece haberse abocado el país. Obama lo contrarrestó con una demostración de optimismo en el futuro, con la necesidad de recuperar el entusiasmo político y la participación ciudadana.