A la ultraderecha no le gustan los héroes humanistas. Tampoco las personas buenas. Quizá ni siquiera las personas. El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, ha prohibido a los dos barcos de Open Arms atracar en puerto italiano. «Que se ahorren dinero y tiempo, los puertos italianos los verán en postal», dijo Salvini. Ante esta bravuconería, el fundador de la oenegé, Òscar Camps, respondió acusando a la Guardia Costera libia (a la que Italia delega las operaciones de salvamento) de la última tragedia: dos mujeres y un niño de 4 años abandonados en un buque hundido. Cuando Open Arms los localizó, solo una mujer aún seguía con vida.

La política de hechos consumados le ha ido bien a Salvini. En su primer plante consiguió que el Aquarius pusiera rumbo a España. Hace apenas una semana acordó con los ministros de Interior de Alemania y Austria reducir «en lo posible a cero» la inmigración ilegal a la UE. También la presidencia temporal de Austria favorece su tesis de la Europa fortaleza. Con el cierre de fronteras como estandarte, la ultraderecha planta batalla a los restos de la socialdemocracia y socava los valores de Europa. Al negar el puerto a los barcos de Open Arms, Salvini pretende mucho más que combatir el fenómeno de la inmigración: quiere librarse de todos los testigos de la ignominia. No más fotos de naufragios, no más héroes salvando vidas, no más emociones que muevan a la solidaridad y la caridad. Para imponerse, la Europa de Salvini necesita dejar varada a la Europa de Open Arms.