David Cabrero es director de la residencia de mayores San Jerónimo, en Estella. Se ha encerrado con todos los cuidadores para proteger a los residentes y juntos han conseguido que ninguno se infectara. El toledano Ulises Mérida es un gran diseñador de alta costura, aunque sus talleres llevan semanas funcionando solo para confeccionar mascarillas. Manuel Serrano es piloto de Iberia, afectado por el ERTE presentado por la compañía, pero voluntario en Madrid para volar a China y transportar material sanitario. Francisco Narla también es piloto, pero de Ryanair, gallego y además escritor; por eso regala ejemplares de su premiada obra Laín, el bastardo. En Barcelona otro escritor, Jorge Carrión, autor de Contra Amazon, ejerce de bibliotecario ocasional para sus vecinos.

También le ha picado el virus vecinal al malagueño José Enrique Sánchez; ya que se suspendió el Festival de Cine, se dedica a organizar proyecciones para la comunidad. Le sirve la pared de un edificio, igual que a la irundarra Verónica Martínez; lo suyo son vídeos familiares, pero también molan. Estrella Pérez es viticultora en Fuentenebro, Burgos; como la mayoría de sus habitantes son muy veteranos, ella les hace la compra todas las semanas. En Granada, un joven entusiasta que responde al nombre Sergio Ruiz ha organizado una flota de patinadores eléctricos para llevar suministros y medicamentos a quienes no pueden salir de casa.

Son historias elegidas casi al azar, pero todas ellas reflejan el músculo civil y solidario que sigue teniendo este país. También son, sobre todo, el espejo donde deberían mirarse, avergonzados, la ralea de políticos que siguen a su bola. Y de estos los peores son aquellos que al grito de «¡sin complejos!» han olido sangre --nunca mejor dicho-- y tratan de convertir la tragedia en una oportunidad. Se adornan con banderas de distintos colores y se proclaman patriotas de lo suyo. Y hacemos chistes con algunas de las chorradas que dicen, pero son muy peligrosos. Y peligrosas. Más que el coronavirus.

*Periodista