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Con una inflación que suma tres dígitos, una crisis energética que obliga a varios días de cierres semanales en escuelas y en la administración pública, con un desabastecimiento a gran escala de productos y servicios de primera necesidad y con un enfrentamiento hasta ahora solo violentamente verbal entre el Gobierno chavista y la Asamblea Nacional dominada por la oposición, la declaración de estado de emergencia para 60 días hecha por Nicolás Maduro solo certifica la espiral peligrosa que está creciendo en Venezuela.

La historia nunca se repite, pero la situación actual evoca el fantasma de 1989 cuando la caída del precio del petróleo y una profunda crisis política llevaron a los graves disturbios del caracazo que se saldaron con más de 300 muertos. El Gobierno de Maduro se ha quedado prácticamente sin aliados regionales. Ni siquiera la megainversora China tiene interés en continuar grandes proyectos ya iniciados en el país latinoamericano. Apelar como está haciendo Maduro al enemigo exterior, es decir a Washington, como responsable de todos los males de Venezuela es la manifestación más patente de su incompetencia puesta de manifiesto por la total imprevisión para frenar los estragos de fenómenos como la caída del precio del petróleo o la sequía.