Abro un periódico y veo una foto en la que el cuerpo de un salvadoreño y el de su hija flotan sin vida en el río Bravo. Parece que, como tantos inmigrantes del sur, lo intentaron cruzar buscando una vida digna (que casi nunca llega) en los EEUU. La crónica aclaraba que si salieron de su país por falta de recursos para vivir, ahora solicitan del mismo gobierno de su nación que les ayude porque no tienen recursos para repatriar y enterrarlos donde nacieron.

El mismo día, y en esa misma página y sección, se anunciaba que Mette Frederiksen, la socialdemócrata danesa que ganó las elecciones, va a gobernar en Dinamarca porque ha llegado a un acuerdo con los otros partidos de la izquierda. Pero ojo, también señalaba que si ganó siendo de izquierdas en lo social y de derechas en lo referente a la inmigración, Frederiksen seguirá con la línea dura y represora porque según sus propias palabras, ahora, en la UE, no se trata de integrar, sino de expulsar. Incluso, la futura presidenta relaciona con naturalidad inmigración con bandas criminales y expulsión de delincuentes.

¿Qué señalo? Que aunque no es lo mismo hablar de EEUU que de la UE, o del populismo inhumano de Trump que de la socialdemócrata Frederiksen, cuando nos referimos a la extranjería o la inmigración, todo cambia y se altera hasta el extremo de que parece que se pierde la racionalidad y la coherencia, y el fenómeno social más importante de la época histórica en la que nos ha tocado vivir, por un motivo u otro, no solo no encuentra solución, sino que se usa en beneficio electoral. No se trata de puertas abiertas, pero todos saben que la solución reclama unidad de acción, ayuda al desarrollo en origen e integración por aquí.

*Analista político