Ante la cercanía de la fiesta de San Cristóbal y el inicio de las vacaciones del verano, cada primer domingo de julio, desde hace ya 50 años, celebramos en la Iglesia en España la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. La Iglesia nos invita a tomar conciencia del significado del tráfico y de la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia en la carretera y en la calle. No podemos, en efecto, ignorar que nuestras imprudencias pueden causar desgracias.

La movilidad y la conducción pertenecen a nuestra vida cotidiana. Los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna son expresión de la vida como viaje y como camino. En estos días, millones de personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de ellas; y millones de personas lo hacen diariamente por motivos laborales y sociales.

Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así. Es cierto que el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido notablemente en la última década. Con todo, es preciso seguir redoblando los esfuerzos por parte de conductores y peatones y desde todas las instancias públicas y privadas para seguir reduciendo los accidentes. No está de más recordar una vez más la gravedad y las consecuencias graves de los accidentes viales, ya sean de tipo familiar o personal (heridos y muertos), ya de tipo económico social (daños materiales, hospitales, medicamentos, incapacidad laboral). Con razón se puede considerar que los accidentes de tráfico constituyen hoy una auténtica epidemia para la sociedad moderna.

No olvidemos que conducir y transitar quiere decir «convivir». Conducir un vehículo o transitar son, en el fondo, un modo de relacionarse y de integrarse en una comunidad de personas.

*Obispo de Segorbe-Castellón