Se considera a la plaza de Tiananmen como la más grande del mundo, ocupando un área de 440.000 metros cuadrados (90 campos de fútbol). Se construyó en 1949, emulando la plaza roja de Moscú (a la que duplica en tamaño), con el fin de crear una gran explanada en la que se pudieran desarrollar masivos actos de adhesión política. Sin embargo, la plaza se hizo mundialmente famosa hace 30 años en lo que se conoce como la masacre de Tiananmen.

Entre abril y junio de 1989 cerca de un millón de personas llegaron a concentrarse en señal de protesta por la inflación, el desempleo y la corrupción del Partido Comunista Chino. El gobierno decidió cortar por lo sano y envió a 300.000 soldados, carros de combate y otros vehículos blindados para disolver de manera sangrienta la revuelta provocando 5.000 muertos, 30.000 heridos y miles de purgas. La protesta se vio simbolizada por la imagen de un manifestante solitario, de pie con una garrafa de agua, frente a una columna de tanques, deteniendo su avance en actitud desafiante. China justificó el aplastamiento con el fin de favorecer la estabilidad del sistema de partido único, el mantenimiento del orden público y la no infiltración de ideas extranjeras indeseables, llegando a calificar los hechos como un simple desorden público. En ética, el consecuencialismo se refiere a la teoría donde se sostiene que la bondad o maldad de un acto está determinada por las consecuencias que comporta, como si una acción fuera buena o mala en función de la consecuencia. Así, una actuación se juzga buena si genera el mayor bien posible o un excedente del bien sobre el mal. O lo que es lo mismo, el fin justifica los medios, al estilo Nicolás Maquiavelo. Parece un forma simplista de justificar una represión sangrienta injustificable.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)