La llamada de la tribu es el nuevo libro de Mario Vargas Llosa el cual no he leído todavía pero que probablemente lo haré. El que sí he leído es La conquista social de la tierra de E. O. Wilson, premio Pulitzer y muchos otros más.

Edward Osborne Wilson es un entomólogo y biólogo estadounidense conocido por su trabajo en evolución biológica y sociobiología, inventor del término biodiversidad, que sostiene que la capacidad humana de consciencia se asienta y desarrolla a través de la sociobiología, y que una identidad social ayuda al desarrollo de las identidades personales.

En efecto, la tendencia a formar grupos y después a favorecer a los miembros del grupo del que formas parte es una característica muy nuestra, de los humanos, que según Wilson tiene el distintivo del instinto.

Dice que la afiliación al grupo está condicionada por un adiestramiento temprano que se inicia, obviamente, con la afiliación con los miembros de la familia y con los juegos con los niños del vecindario o de la escuela. Dice que es un aprendizaje preparado, en el sentido de que se viene al mundo con el cableado mental preparado para desarrollarlo, es decir para tender a formar grupos, tribus.

Otros ejemplos de aprendizaje preparado en el caso de los humanos incluyen el lenguaje, la evitación del incesto y la adquisición de fobias.

Así es pues los niños en edad preescolar tienden a seleccionar como amigos a hablantes en su lengua nativa, cosa que parece lógica (aunque no tanto) y necesaria. Esas preferencias empiezan antes de la comprensión del significado del habla, pero de la que ya, supuestamente, captan su tono o música y, según Wilson se muestra la preferencia, incluso cuando se comprende perfectamente el habla, por acentos diferentes.

Wilson afirma que las personas propenden al etnocentrismo. Y dice que «es un hecho incómodo que, incluso cuando se les ofrece una elección sin remordimientos, los individuos prefieren la compañía de otros de la misma raza, nación, clan y religión. Confían más en ellos, se relajan mejor con ellos en los acontecimientos comerciales y sociales, y los prefieren con más frecuencia como pareja con la que casarse. Son más rápidos a la hora de indignarse ante la evidencia de que alguien de fuera del grupo se comporta injustamente o recibe recompensas inmerecidas. Y se comportan de manera hostil ante cualquier miembro de otro grupo que se introduzca en el territorio de su grupo o utilice sus recursos».

Aduce ejemplos de la literatura y la historia que dice que abundan como el del pasaje de la Biblia del libro de Jueces 12:5-6 respecto de los galaaditas que se apoderaron de los vados del Jordán enfrente de la tribu de Efraím, que fueron degollados al ser identificados por su acento.

MENCIONA que en experimentos, en los que se observaba la amígdala cerebral, cuando a americanos negros y blancos se les proyectaban imágenes de personas de la otra raza, su amígdala, que es el centro cerebral del miedo y la cólera, se activaba tan rápida y sutilmente que los centros conscientes del cerebro no se daban cuenta de la respuesta y el sujeto, efectivamente, no podía evitarlos. Por el contrario, cuando se añadían contextos tales como cuando el que se acercaba era un médico negro y el blanco su paciente, la corteza cingulada y la corteza dorsolateral preferente (lugares cerebrales integrados con los centros de aprendizaje superior), se activaban y silenciaban la entrada procedente de la amígdala (de miedo y cólera).

Lo que quiere decir que partes diferentes del cerebro han evolucionada mediante selección de grupo para crear la propensión a formar grupos.

La pregunta es ¿alguien lo ha tenido en cuenta con relación a la realidad de nuestra querida España? Cosa que era y es especialmente necesaria en estos tiempos difíciles.

¿Se ha llegado tarde para que, aunque adultos, seamos capaces de aprender a ser muchísimo más inclusivos? El ser inclusivo no significa dejar, o forzar, que los otros sean como uno, sino aceptar que otros sean algo diferentes, pero, a pesar de ello, considerarlos iguales, y que nuestra amígdala cerebral no delate la diferencia de grupo o de tribu.

No parece que expresiones como «a por ellos» o «Espanya ens roba» puedan ayudar a ese fin.

Puesto que tenemos que convivir con nuestro propio tribalismo es imprescindible que cooperemos y nos esforcemos para que sea un tribalismo incluyente, adoptando mutuamente rasgos del que nos parece fuera del grupo.

Y está claro, probado científicamente, que la cooperación paga mucho más que la competición, que aunque seamos egoístas a nivel individual no lo somos a nivel de grupo. A nivel de grupo somos altruistas y mejor será que lo seamos en un grupo más amplio y lo suficientemente inclusivo para aceptar como propias, de todos, las lenguas españolas y las diversas formas de ser de cada territorio que en conjunto forman España, pues esa cooperación nos llevará a mayores tasas de bienestar material, social y mental.

Esa es la dirección que marca la flecha del tiempo, la inclusión. La formación del grupo, de la tribu, permitió tener éxito a la especie humana, la sociabilidad permitió el desarrollo mental, intelectual. Somos una especie social. La meta, pues, debe ser formar una tribu más grande, grupos grandes como España, o como Europa. Hay que luchar contra el tribalismo innato excluyente que nos llevaría a quedarnos solos con nuestra propia familia, si acaso.

Lo dicho queda bien. Pero los que gobiernan el Estado y sus territorios autónomos ¿reconsiderarán su tribalismo uniformista y excluyente, así como el de los otros? ¿lo tendrán en cuenta para tomar decisiones que no perjudiquen la convivencia, tanto en la distribución de la riqueza, las inversiones, como para autoidentificarse con las lenguas, los territorios, la diversidad de idiosincrasias, que en realidad son una riqueza?

No son los demás los que lo hacen mal, somos todos los que lo hacemos mal porque el tribalismo es un rasgo humano fundamental: hagamos el esfuerzo de integrarnos en una tribu lo más grande posible, para nuestro beneficio.

*Doctor en Derecho