Vacunar, vacunar y vacunar. Por tierra, mar y aire. Sin tregua, sin desmayo, sin trampas. Durante estos meses se ha librado un complicado pulso entre las emergencias sanitarias y el desgarro económico de algunos sectores sacrificados por la pandemia. Una batalla normativa en forma de restricciones y cierres no exentos de controversia. Dos realidades tensionadas que no han sabido encontrar todavía su punto de intersección. Ni aquí ni en la mayor parte de países de nuestro entorno. Quizá ese punto no exista.

Decisiones que encierran aquello que no ha habido forma humana de evitar: que paguen justos por pecadores. El ejemplo más paradigmático es la hostelería profesional y responsable. Un sector mayoritariamente comprometido con la sociedad y perfectamente consciente del momento que vivimos y sufrimos.

No resulta aventurado afirmar que algunos establecimientos han mostrado niveles de disciplina, higiene e implementación espartana de unos protocolos que permiten afirmar que era más seguro estar allí que en los propios domicilios y demás corralas de socialización descontrolada.

El sector turístico reglado no le ha perdido la cara a la crudeza del momento, adaptándose y dando respuestas a la altura de las circunstancias. Pero las cosas son como son. Alguien dijo que la realidad es concreta y revolucionaria. Sin duda la sentencia encaja. Una revolución pendiente de modales, solidaridad y compasión.

El problema somos las personas en el ejercicio de nuestro albedrío. Ejercemos nuestra libertad desde el ombligo, con memoria de pez. Solo la vacuna nos librará de males mayores y de nuevas olas que seguirían azotándonos en un bucle perpetuo y sin fin. Solo saldremos inyectándonos ciencia. Vencer una enfermedad infecciosa siempre ha dependido del conocimiento aplicado pero su descontrol en pleno siglo XXI ha colgado de nuestra incapacidad para comprometernos con nada. Quizá nos consolemos proclamando que los incumplidores solo son una minoría desalmada, mientras el grueso de la sociedad mantiene la ejemplaridad como divisa. En fin… ¿y si esta afirmación no fuese más que postureo políticamente correcto?. No sé muy bien dónde acaba la minoría y comienza la mayoría. ¿Cómo se fija ese corte que nos disculpa y redime como colectivo?

No importa, la clave ahora es vacunar en cantidades industriales desencadenando la mayor operativa conocida nunca. Este es el desafío ético de todos. El reto sanitario de todos. La mejor política económica, turística, social, también pasa por vacunar, vacunar y vacunar. El camino más corto para regresar a la vida. No sé si a la vida como la entendíamos, sino a la vida como la podríamos enderezar entre todos. Una vida sin tanto ombligo y más corazón. H

*Secretario autonómico de Turismo