Han sido y son el sostén de infinidad de familias. Cuidan de los nietos, nos iluminan con su memoria y, muchos de ellos, fueron el sustento de los suyos durante la crisis económica. Ahora, la pandemia se ceba en los mayores. Junto con las personas con patologías previas, los mayores de 60 años son los más expuestos al covid-19. La estadística se ensaña con los que superan los 80 años.

El confinamiento es necesario para contener el virus. Para los mayores, la reclusión toma un significado aún más imprescindible. Pero en los pasillos de las casas, además del miedo asoma la soledad. La lectura, la televisión o cualquier labor manual ayuda a pasar las largas horas de clausura, pero son los teléfonos los que se han convertido en la tabla de salvación. Las llamadas a familiares, a amigos permiten derribar los muros del retiro. La palabra actúa como un bálsamo, como un soplo de aliento.

Tan importante es la información como la distracción. Las noticias les sitúan en la diana de la tragedia y llegan cargadas de temas que acongojan. El de las residencias de ancianos ha conmocionado a todo el país. A pesar del miedo, el buen ánimo es fundamental para afrontar estos días difíciles. La situación de los mayores ha causado un dilema en las familias. Cuidar de ellos es un pilar de nuestra cultura. Por ello, la disyuntiva entre acompañarlos o renunciar a hacerlo para evitar contagiarlos ha supuesto un trance para muchos. La sensación de abandono es comprensible, pero es importante asumir que evitar todo contacto con los mayores no deja de ser un modo más de cuidarlos, de protegerlos.