La generación Z ha convertido el smartphone en un objeto esencial para su comunicación y para definir su identidad. No tenerlo significa en muchos casos su exclusión social. Pero, ¿a qué edad los niños pueden disponer de móvil propio sin que entorpezca su desarrollo vital? ¿Qué papel deben desempeñar los padres?

Uno de cada cuatro niños de 10 años tiene un smartphone. A los 11 ya es uno de cada dos y a los 12, tres de cada cuatro. A los 15 es raro el que no lo tiene. Los expertos habían alcanzado cierto consenso en fijar los 12 años como edad mínima para poseer un móvil con acceso a internet, coincidiendo con la entrada en Secundaria. Sin embargo, los últimos datos apuntan que, en general, el gran momento se está adelantado como mínimo un año. Si se le pregunta a cualquier padre o madre, casi todos aseguran que habrían comprado el malévolo aparato más tarde. Que de ser por ellos, sus hijos no estarían tan enganchados. La verdad es que el smartphone es un elemento esencial para entender la identidad y el día a día de cualquier adolescente. Con luces y sombras.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? El psicólogo Ronald Ling ya escribió en el 2004 que el móvil se estaba convirtiendo en el nuevo objeto de «ritual de paso» a la adolescencia. Para los que ya tienen una cierta edad, algo parecido a lo que fue el reloj o la pluma que se regalaba en la Comunión o del mítico walkman.