Hace dos semanas, en un polígono industrial de Sabadell (Barcelona), saltaron todas las alarmas. Un hombre asaltó a una joven que salía de fiesta y la llevó a un edificio abandonado donde vivía con otras personas. Allí, seis individuos la violaron. El barrio se estremeció y el espacio fue clausurado. Pero la pobreza, en su estado más crudo, no desaparece. Porque más allá del suceso, hay una realidad que ya no indigna y que se ha normalizado.

Solo en ese municipio viven 30 personas en las naves industriales. También en Terrassa (Barcelona) se han detectado casos. Y en otras comunidades como Andalucía o Madrid también se han registrado huéspedes en fábricas abandonadas. Mendigan ayudas sociales que les ofrece el ayuntamiento. Por no tener, no tienen ni orden de desahucio. Y sin esto es imposible activar ayudas sociales para darles un techo.

Uno de ellos es Abdelmajid, un joven argelino de 34 años que vive en un polígono de Sabadell. Hace ocho meses que vino a Barcelona en avión. «Mi madre está muy enferma y no puede pagar las medicinas», dice. Por eso vino a Europa. En Argelia su sueldo no llegaba a los 200 euros, pero ahora les pide «paciencia» a los suyos. «Tengo un diploma de ingeniero, otro de instalador de climatizaciones... Estuve durmiendo en la calle, con cartones, aquí al menos tengo un techo», explica.

La mayoría de personas que viven en naves no pueden optar a un trabajo al encontrarse en una situación irregular, se mueven por los municipios de los alrededores y presentan ya alguna adicción, sobre todo al alcohol.