Pretender que la Estafeta sea una balsa de aceite, un ballet con toros en lugar de cisnes entre el 7 y el 14 de julio es, cuanto menos, surrealista. Los de Cebada Gago se encargaron ayer de bajar a la realidad a unos y los humos a otros en el segundo encierro de los sanfermines. Siete heridos por asta y una duración de 5.45 minutos. Altas cifras que se quedan cortas con lo sucedido.

Marabello, de les Alqueries, cantó a San Fermín para recibir, a continuación, a los toros gaditanos en primera línea. Precisamente en esos primeros metros de la Cuesta de Santo Domingo, reservada para corredores veteranos, tuvo lugar la primera cornada y las primeras miradas amenazadoras de los cebaditas.

No tardó en dejar a la manada metros atrás el castaño de nombre Artillero. Un auténtico kamikaze que llegó a Estafeta utilizando sus armas sin ningún miramiento. Tan solo una caída en carrera truncó su liderazgo y fue sobrepasado por la torada, ya partida. Un toro acompañado de los cabestros tomó la delantera y enfiló hacia la plaza. Un comportamiento que copió un segundo, con el que se vieron buenas carreras en el tramo de Telefónica a pesar de las apreturas.

A partir de ahí el caos más absoluto en el que también se vieron inmersos aficionados castellonenses, como miembros de la peña El Bou de Morella. Tres de los astados repartieron candela en Estafeta. Carreras al contrario, embestidas a un lado y al otro, peleas en mitad del vial… Más que un encierro, una pesadilla para los que pisaban adoquines.

Escenas de salvar vidas y de jugársela. De pastores y de corredores guerreados en mil batallas, en otras mil calles. En las de Onda Joan Varella y El Botijo que fueron dos de los valientes que tiraron de los rezagados hasta la plaza más de dos minutos después de que el primer ejemplar hubiera entrado en chiqueros. A los 5.45 minutos acaba el sálvese quien pueda y los de Cebada se ganaban el respeto que merece un toro bravo. H