Queda todavía mucho camino por recorrer, cierto, pero eso no quita que el cambio profundo que han experimentado las familias occidentales en las últimas décadas no tenga parangón. Nada que ver con lo que eran hace 50 años. Hoy se habla de parejas recompuestas, de medio hermanos y de hijos que no comparten padres pero sí dormitorio y actividades domésticas durante una parte de la semana. Hay también familias monoparentales, familias homoparentales y familias llamémosles convencionales, en las que (por fin) empieza a haber un reparto igualitario de tareas entre hombres y mujeres.

Sean como sean de diversas esas familias, casi todas ellas tienen un denominador común: el papel preponderante que han adquirido los hijos. Una investigación publicada recientemente en la revista norteamericana Journal of Marriage and Family (Diario del Matrimonio y la Familia) confirma que los padres de esta segunda década del siglo XXI, sobre todo los que gozan de un estatus social medio-alto, duplican el tiempo que comparten con sus hijos respecto al que les dedicaron a ellos sus propios progenitores.

Si en 1965, las mamás invertían una media de 54 minutos diarios al cuidado de los hijos, en el 2012 eran 104 minutos los que las mujeres destinaban cada día a sus retoños. En el caso de los hombres, en el mismo periodo, se pasó de los 16 minutos de la primera generación a los casi 59 minutos de promedio de la de hoy.

Los españoles se situaban en el 2012 por debajo de la media de los 11 países occidentales participantes en la investigación: ellas destinaban algo más de hora y media diaria (95,33 minutos) a la crianza; ellos, en torno a tres cuartos de hora (42,43 minutos). Las mujeres siguen llevando la batuta, pero la incorporación masculina es determinante.

El artículo constata que las madres con un mayor nivel educativo destinan al cuidado de los hijos 18 minutos más cada día que las que tienen un nivel inferior, mientras que en los padres la diferencia es de 16 minutos. Este cambio en las relaciones familiares «es un indicador de condición social, ya que empieza a ser un elemento de diferencia entre las clases altas y bajas», apunta la socióloga Judith Treas.