Uno de cada tres estudiantes ha sido intimidado por sus compañeros de clase, por lo menos una vez en el último mes. El acoso escolar se ceba en aquellos vistos como diferentes y de ese 32 % que lo padecen, el cerco se empequeñece alrededor del alumnado con discapacidad o diversidad funcional: tienen entre dos y tres veces más posibilidad de sufrir bullying. Con los datos de Naciones Unidas y con el convencimiento de que la ignorancia «es en gran parte responsable de la estigmatización y discriminación», arranca el protocolo de actuación que la Conselleria de Educación publicó antes de fin de año. El objetivo es, según detalla el documento, «visibilizar y dar respuesta al acoso escolar motivado por disfobia».

El texto, que se dirige a toda la comunidad educativa y se ha elaborado junto al Comité Español de Representantes de las personas con discapacidad de la Comunitat Valenciana (Cermi CV), alerta de que las «situaciones de mayor exclusión» aparecen en Secundaria y por eso debe haber «una transición [desde Primaria] específica» y un «acompañamiento» que evite «la exclusión y el abandono escolar». En Infantil, «si el profesorado es inclusivo, el alumnado también lo es»; y en Primaria, «los niños, en general, aceptan a sus compañeros con diversidad funcional», detallan.

El alumnado con discapacidad está en la diana porque es considerado «víctima fácil».?Además de por desconocimiento, los agresores actúan porque, en muchos casos, existe una «barrera» comunicativa; además de la incredulidad o falta de comprensión cuando se denuncia el abuso («son cosas de niños»); la necesidad de apoyo para realizar algunas tareas; o, incluso, por tener un familiar con alguna discapacidad.

Ante esto, la Conselleria recuerda que la escuela debe ofrecer «una educación inclusiva real» (para lo que ya existe un decreto); que «todos los profesionales deben ser activos» y deben usar un lenguaje inclusivo; y que los centros tienen que ser «completamente accesibles».

El pilar para prevenir el acoso (que incluye desde el menosprecio o la violencia verbal hasta la comisión de delitos), es el diálogo, como «generador de la cultura de la inclusión» en las aulas. Además, se recomienda a los centros que aprovechen los programas de sensibilización de las asociaciones de su entorno.

Escuchar a los adolescentes y las familias; visibilizar y mostrar experiencias de éxito; y hacer de los patios entornos más seguros y participativos, también suman en prevención. Asimismo, son útiles las tertulias dialógicas. Otro pilar es el papel del alumnado «pigmalión», y uno de los puntos más importantes del texto es la necesidad de acabar con aquellos que son «pasivos», que no participan en el acoso, pero que tampoco lo combaten. «Pueden reforzar el acoso con el silencio o intervenir y formar parte de la solución».

El protocolo alerta de que el aislamiento y la soledad; alteraciones en la conducta y el sueño; no ser elegidos por los compañeros en actividades de clase; dolores de estómago, de cabeza y tics; o un excesivo apego a las pertenencias o a las personas adultas, pueden ser la «punta del iceberg».

PROTOCOLO // Una vez detectada la situación, crearán un «equipo de intervención», con el director al frente, que acompañará a la víctima y vigilará los espacios. Además, asignarán un «tutor afectivo» o profesor «padrino» y harán entrevistas con la familia y los implicados. En el proceso, incidirán, sobre todo, en que lo ocurrido «no es responsabilidad» de la víctima, a quien explicarán las medidas tomadas, en un lugar tranquilo y de forma sencilla. Debe ser «una intervención múltiple, rápida y con gran componente educacional».

De los acosadores, «se pretende que tomen conciencia» y que suscriban un «compromiso»; y de los «pasivos», que reflexionen. La realización de trabajos a la comunidad o un proyecto de aprendizaje servicio; la elaboración de un manifiesto o manifestación artística contra el acoso; y una tutoría emocional pueden poner fin a la situación, evitando una «acción reactiva contra la víctima». Esta contará con un plan de actuación?personalizado (PAP) y se promoverán sus fortalezas ante el grupo.

El protocolo denuncia que la sociedad tiene «una visión sesgada» de las personas con discapacidad, una «respuesta agresiva hacia su integración». Por esto, contempla actuar con las familias, para que no sean un «refuerzo de situaciones de acoso».