El mundo se sobresaltó la pasada semana al conocer que Donald Trump había sugerido lanzar bombas atómicas a los huracanes para desactivarlos. Quizás la noticia fuera falsa, como él asegura, pero cuadra con otros proyectos reales contra los efectos del cambio climático. Inventos defendidos desde su entorno y el de las empresas petrolíferas que no van a la raíz del problema, la quema de combustibles fósiles. En los próximos meses, científicos de la universidad estadounidense de Harvard mandarán a la estratósfera desde Nuevo Mexico un globo aerostático desde el que se esparcerán partículas de calcio para probar si son capaces de oscurecer el sol. En Australia se desarrolla un proyecto para abrillantar la nubes mientras en la India y Canadá se lanza hierro a los océanos para fertilizarlos.

El experimento de Harvard, liderado por el físico David Keith, consiste en liberar a unos 20 kilómetros de altura carbonato de calcio, un polvo mineral muy común que se utiliza en productos como cemento, cremas de dientes, mezclas para tortas o pastillas para calmar indigestión. Al ser de color blanco y tener una gran estabilidad se considera que puede crear un especie de escudo de partículas protectoras en la atmósfera que hagan rebotar la radiación solar de nuevo hacia el espacio.

Una vez el globo esté en su lugar, esparcirá el polvo para crear una "masa de aire perturbada", que alcanzaría alrededor de un kilómetro de largo. La prueba lleva el inquietante nombre de Experimento de perturbación estratosférica controlada (ScoPEx, por sus siglas en inglés). Si los resultados fueran positivos, los encargados de esparcir las partículas serían pequeños aviones no tripulados.

La preparación de la prueba se lleva a cabo con "pies de plomo" dadas las experiencias previas y los recelos que éstas levantaron, según apunta Juan Moreno-Cruz, investigador colombiano de la Universidad de Ontario, especializado en geoingeniería. "Lo que se denominan sistema de Gestión de la Radicación Solar (SRM) tiene una larga tradición de fracasos e ideas desechadas antes ni siquiera de llegarse a probar", añade.

Los primeros científicos en proponerlos se inspiraron en el enfriamiento temporal de la atmósfera causado por las grandes erupciones volcánicas. Como el azufre es uno de los principales componentes de esas cenizas, el primer elemento quimíco en el que se pensó fue este. Hubo proyectos de todo tipo que no pasaron del terreno teórico: desde gotas de ácido sulfúrico esparcidas por aviones a cargas de azufre transportadas por misiles.

El que llegó más lejos y quizás el más exótico fue fruto de la colaboración entre las universidades de Bristol, Cambridge, Oxford y Edimburgo. Lanzaron la idea de anclar en un buque una gigantesca tubería de alta presión por la que subirían las partículas. La boca de salida estaría a 25 kilómetros de altura, sujetada por un globo gigantes de helio.

Inyección de Partículas Estratosféricas para la Ingeniería Climática (SPICE) se denominaba el proyecto, que se estrelló al ser vetada su primera prueba por la Administración británica tras despertar uan fuerte oposición popular pese a que ésta consistía en un tubo de un solo kilómetro de altura que solo iba a lanzar inicialmente agua.

"Los científicos de Harvard han aprendido de esta experiencia y ahora han creado un comité asesor" con científicos de prestigio "que lo tutelan", destaca el investigador colombiano, que forma parte de otro comité científico recién creado por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos encargado de establecer los protocolos y directrices que deberían guiar este tipo de investigaciones.

Otras dos inciativas están actualmente sobre la mesa, según Moreno-Cruz . "En Australia se prueba la combinación de diversas teconologías, incluida un tipo de geoingeniería local que consiste en hacer más brillantes las nubes sobre el océano" inyectándoles partículas de sal para proteger los corales de la Gran Barrera, muy afectados por la subida de las temperaturas. "Ha habido otros intentos pero no estratosféricos, sino marinos, como el del Índico, donde pusieron hierro con la idea de aumentar la capacidad del océano para capturar CO2. También lo hicieron en la costa oeste de Canadá, pero no han funcionado mucho, la verdad", añade.

Silvia Ribeiro, directora del Grupo ETC para América Latina, una organización de científicos que analiza el impacto de las tecnologías emergentes, ve en estos experimentos una ofensiva de 'lobby' del petróleo para afrontar el cambio climático sin tener que renunciar a los combustibles fósiles. Uno principales defensores de la geoingeniería solar es Rex Tillerson, exdirector de la petrolera Exxon y exsecretario de Estado con Trump. Otro de los más significados es Newt Gingrich, expresidente republicano de la Cámara de Representantes y actual asesor externo de Trumpo. "Este tipo de iniciativas temerarias y masivas pueden agradar a Donald Trump: poner un muro en el cielo que aísle la luz del sol", ironizaba Jim Thomas, Director de Programas del Grupo ETC en Canadá.

Al margen de las dudas sobre su efectividad, estos proyectos se enfrentan a posibles efectos contraproducentes. Cómo afectaría a la vegetación oscurecer la luz del sol? Los gases de efecto invernadero continuarían emitiéndose aunque se minimazara la luminosidad pero si ese bloqueo se detuviera de forma repentina la temperatura aumentaría rápidamente, lo que podría ser desastroso, advierte el ETC.

"En este momento poner el foco en la geoingeniería es equivocado. El foco tiene que estar en la disminución de emisiones y en la utilización de energías alternativas, que ya están disponibles y en muchos casos ya son más baratas que las convencionales", sostiene José Manuel Moreno, catedrático de Ecología de la Universidad de Castilla-La Mancha.

El enfoque actual de la comunidad científica frente a la geoingeniería recogido en los informes del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) es "estudiémoslo pero ojito con ponerlo en marcha", advierte Moreno, uno de los científicos que participado en la elaboración de varios de ellos. "Son procesos que pueden afectar al clima de maneras desconocidas e incontrolables. Una cosa es realizar experimentos científicos para conocer y otra cosa es su utilización. Esta no debe estar en la agenda de tomas de decisiones bajo ningún concepto", señala. "No hay un comodín, una varita mágica, que nos vaya a salvar si no hacemos nada antes. Si tuviéramos que usar la geoingeniería masivamente estaríamos derrotados y no hay que llegar a esa situación", zanja.