Seis años de prisión y el pago de una indemnización de 21.000 euros. Es la condena impuesta por la Sección Primera de la Audiencia Provincial a un vecino de Alcalà, de 67 años, por abusar sexualmente de dos menores de edad, de 11 y 16 años, a las que le unía una relación de amistad estrecha, casi de tipo familiar.

El tribunal declara probado que, desde el año 2012 --cuando una de las niñas tenía 11 años-- y hasta febrero de 2016, en ocasiones en el interior del domicilio del acusado y en otras en el de la menor, «el adulto realizó tocamientos a la víctima en los pechos, piernas y nalgas, dándole también besos en la cara, pero sin consentir la menor de edad que se los diera en la boca».

Como consecuencia de estos hechos, la niña sufre, según consta en el documento judicial, «ansiedad», «miedo insuperable», «fobia social» e «insomnio», que precisan en la actualidad de tratamiento psiquiátrico, además de sesiones de psicoterapia.

VALOR Y FUERZA

Los magistrados Esteban Solaz, Carlos Domínguez y Raquel Alcácer han destacado en su sentencia el «valor» y «fuerza conviccional» de la afectada como prueba de cargo para sostener una condena por abusos sexuales y valoran su testimonio como «creíble» y «verosímil».

«El abuelo J. se inventaba un juego para tocarme: yo no quería jugar, pero aun así lo hacía». Esa fue una de las frases que utilizó la menor de las niñas durante el juicio que se celebró a finales de noviembre en la Audiencia. La adolescente, que ahora tiene 17 años, explicó que más de una vez, cuando estaba a solas con él, se vio obligada a cerrar los pestillos del baño para que el acusado no pudiera entrar y asomarse.

La joven también aseguró en la vista oral que en otra ocasión vio cómo el ya condenado, que principalmente se encargaba de cuidar de ella y a sus hermanos pequeños cuando su madre no podía estar en casa, «acariciaba las piernas e intentaba darle besos» a su tía, que entonces tenía 16.

Además, consideran también acreditado que ese mismo año (2012), cuando la otra víctima tenía 16 años y el hombre se encontraba a solas con ella, efectuó diversos tocamientos en sus piernas, mientras la besaba en la cara e intentaba besarla en la boca sin conseguir su propósito.

Por su parte, el hombre negó rotundamente estos abusos. «Nunca las he tocado ni he besado; no sé cómo hemos llegado hasta aquí, con lo bien que nos llevábamos las dos familias», aseveró durante su interrogatorio en sala. Un testimonio que respaldó su esposa, quien aunque se acogió a su derecho a no declarar por ser mujer del procesado, salió de la sala gritando «todo son mentiras», causando revuelo. La sentencia puede recurrirse en casación.