El festival Vila-real en Dansa mostró ayer las dos caras que lo convierten en una cita especial. Por una parte, los espectáculos y, por otra, la convivencia entre alumnos de la escuela municipal, artistas profesionales y aficionados, un aspecto este que diferencia esta cita del resto de propuestas de similar formato.

La jornada de cohabitación tuvo lugar en el ermitorio de la Mare de Déu de Gràcia, donde volvieron los talleres protagonizados por compañías foráneas. Pese al aguacero que cayó durante el primer workshop, a cargo de la compañía madrileña Babirusa Danza, los bailarines decidieron seguir, lo que permitió que se creara «un ambiente mágico» en palabras de la directora del festival, Pepa Cases.El segundo lo impartieron en el albergue municipal los profesionales de Momo, procedentes de Andorra, aunque su apuesta por el interior fue con el objetivo de «explorar nuevos espacios», pues ya no llovía.

Además, la sede de la Escuela Municipal de Danza acogió una innovadora y atrevida proposición de las asociaciones de bailarines de la Comunitat Valenciana y Cataluña. Titulada Simbiosis artístiques, la idea es generar debate y diálogo sobre las preocupaciones compartidas por este sector cultural.

Espectáculos

Y ya en el plano de los espectáculos, el Auditori acogió desde las 20.30 horas la I Jornada de Dansa Breu, con las actuaciones de Momo, Marta Camufli, los valencianos de Dunatacà y Zuk Dance. La velada siguió con una Nit Dance de disfraces, mientras el festival cierra hoy su sexta edición con propuestas familiares por la mañana y más danza breve a las 19.00 horas.