La lista de citas tradicionales en Vila-real es larga, pero si hay una que cada año atrae a cientos de vecinos hasta la ermita de la Mare de Déu de Gràcia esa es la fiesta de Sant Antoni.

Y es que, a la multitudinaria Matxà del día anterior que organiza la Congregació de Lluïsos, se suma la que cada 17 de enero prepara el propio Ayuntamiento en el pequeño templo ubicado en el paraje del Termet dedicado a la patrona de la ciudad.

En este caso, la celebración se dedica al patrón de los animales y en ella no falta la habitual misa, a la que se asistieron buena parte de los ediles que forman parte de la corporación municipal, encabezados por el alcalde, José Benlloch.

Se trata de una cita en la que tampoco falta el posterior reparto de los tradicionales panets, elaborados de manera tradicional por los hornos de la ciudad y con una textura mucho más suave que cualquier otro pan. De nuevo, el consistorio aportó 1.300 unidades --medio centenar de ellas sin gluten, con el objetivo de que también los celíacos puedan disfrutar de este producto típico-- que, tras el oficio religioso, distribuyeron entre los asistentes de manos del propio Benlloch y de la concejala delegada de Tradicionales, Noelia Samblás.

Vecinos de todas las edades participaron un año más en un evento que, como ha contado en varias ocasiones el profesor Jacinto Heredia, tiene sus raíces en el primitivo establecimiento, «allá por el siglo XIV y junto al río Millars, de varios frailes mendicantes, que se convierten en penitentes solitarios que ocupan las balmas y cuevas de los laterales del cauce fluvial».

Y de esos establecimientos de eremitas surgieron después dos ermitas, la de la Verge Madona y la de Sant Antoni, de las cuales se tiene una primera referencia en el Manual de Consells de 1483, donde indican que el fraile que lo ocupa compró azufre y salnitre para conmemorar la festividad del santo en cuestión.

Y 537 años después, la tradición sigue igual de viva.