Es preocupante constatar legalmente que las sospechas se van haciendo realidad. Que una vez más, se intenta justificar lo injustificable. El asesinato legalizado de Carlo Giuliani en las manifestaciones de Génova en el 2001 provocó rabia, dolor, impotencia. La investigación que confirma ahora un secreto a voces (la manipulación de pruebas para justificar la intervención contra los activistas antimundialización por parte de la policía) provoca la indignación y el desasosiego en muchos de nosotros. Unos hechos que me hacen evocar momentos de un pasado, donde no era fácil resistir la tentación de la violencia como respuesta. Pero resistíamos. Y llamábamos asesinato a lo que otros llamaban ejecución. Convivir con los diferentes tipos de respuesta es una contradicción que deberemos gestionar con lucidez y valentía.

Hoy, la mayoría del movimiento por otra globalización somos decididos partidarios de la no violencia activa. Pero la vinculación continuada del movimiento con la violencia y, en consecuencia, con la dura represión del sistema a ésta, nos aleja de lo que para todos ha de ser el aspecto fundamental: la relación del movimiento con la política democrática.

Nuestra democracia necesita manifestaciones importantes para validarla y reforzarla ante tanta desconfianza hacia la política y los partidos. La protesta es un signo democrático. Es una acción legítima, imprescindible y fundamental, para constatar las necesidades, los retos y las debilidades y asumir más rápidamente y con más audacia los cambios necesarios.

Ante tanta consigna, tantos servicios de orden, tanta primera fila y tantas declaraciones por sectores, es crucial el estilo libertario y espontáneo, la participación masiva y comprometida, la ilusión, la diversidad y la denuncia implacable de lo insostenible.

Los que creemos que la mejor respuesta contra una globalización sin política y sin gobierno es la universalización de otra política y de otras prioridades sentimos que no podemos conformarnos. Las manifestaciones no han de ser una amenaza, sino una oportunidad. Empujan a nuestros representantes y sacan a la luz nuestras inquietudes, haciendo oír nuestras voces. La política europea las necesita. Y sin ellas, la democracia peligra.

La denuncia, imprescindible, no es suficiente si queremos avanzar en el objetivo de fondo, que no puede ser otro que el de cuestionar lo político y lo económico con una nueva lógica ecológica y social.

Uno de los principales problemas en la concepción de otra estrategia alternativa económica mundial es que la mayoría de los combatientes antiglobalización no reconocen el papel del Estado. Y así, se debilita el papel de la lucha democrática para reforzar el poder político público y hacer frente a los intereses financieros de lo privado.

Y así, cumbre tras cumbre, vamos cediendo terreno a favor de la manipulación, los manejos unilaterales y antidemocráticos y la desesperanza que hoy se hace visible en la actuación policial de Génova del 2001. Y es que la política democrática no puede ser ni olvidada, ni obviada. Es necesario gobernar la globalización con todas las armas democráticas que están a nuestro alcance. Es lo que llamamos la globalización democrática, frente a la globalización económica.